Opinión

Un ciclo que se cierra del peor modo posible

La ceremonia oficial de abdicación del rey Juan Carlos en su hijo se ha encargado de diluir prácticamente por completo en las portadas de los periódicos la debacle padecida por la selección española en el Mundial de Brasil del que los futbolistas españoles se volverán por vía de urgencia. Bendita coronación por tanto aunque sea para evitar el trago de hacer leña de un árbol derribado con tanto estrépito.

Tornarán a casa tras cerrar un torneo desastroso y cumplir con un tercer encuentro de grupo ante Australia en el que, visto lo visto, tampoco está asegurado un resultado positivo. España llevaba hasta la mañana del jueves un saldo que conmueve y que incluía siete goles en contra, uno a favor de penalti dudoso, y dos derrotas sin paliativos. Pero aún queda un tercer partido en el que ese saldo puede ser aún peor.

Pero lo más desagradable e ingrato de esta derrota es que España ha caído sin honra, sin fútbol, sin garra, sin nobleza y sin mostrar a los demás el comportamiento que se le supone a un equipo campeón que sale al campo a defender su título. Por tanto y como mejor explicación a lo visto, habrá que sospechar que los españoles llegaron a jugar esta Copa del Mundo de Brasil en unas condiciones físicas y mentales deplorables agudizadas si cabe por la disparatada programación que se instruyó como paso previo del campeonato y en la que se reclutó a una treintena de jugadores con más de cincuenta partidos de máxima exigencia en las piernas, se les obligó a cumplir un calendario de comparecencias absurdas en aras de exigencias comerciales, se les paseó inútilmente por los Estados Unidos y, sin apenas reposo ni reflexión alguna, se les lanzó al campo desaclimatados y en situaciones de extrema fatiga. Las citas previas de la selección a este horror consumado no han servido para nada bueno. Si acaso, para convencernos a muchos de que, a partir del estropicio de la Copa Confederación padecida en el mismo marco de Maracaná, el combinado español estaba en completa decadencia y que el malvado tiqui taca que se institucionalizó como patrón de juego indiscutible, estaba dando sus últimas boqueadas.

Se ha cumplido un ciclo y se ha cerrado una época hermosa para la Roja que, a partir de ahora y desgraciadamente hasta dentro de algunos años, volverá a ser lo que solía. Pero se ha cerrado de la peor manera, firmando también la peor comparecencia del combinado nacional en una Copa del Mundo en toda su historia lo que significa una despedida tan triste que más vale olvidarse del ridículo, cerrar el chiringuito por vacaciones y dedicarse a analizar los gestos y las palabras del nuevo monarca.

De todos modos, el cambio radical que exige esta catástrofe ha de iniciarse por la cúpula de la Federación en la que, desde hace muchos años, Ángel María Villar lleva instalado sin oposición ni crítica y liberado para hacer lo que le venga en gana sin rendir cuentas a nadie. Ahora, con una derrota tan vergonzante, a todos se les ven las puntillas pero esa es ley de vida. Partir de cero y renovar jugadores, técnicos, directivos y sobre todo, al presidente.

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