Opinión

Por no firmar sentencias

Nicolás Salmerón era un catedrático de Metafísica nacido en un pueblo perdido de la provincia de Almería que acabó convertido en presidente de la República apresuradamente impuesta tras la renuncia del rey Amadeo. Salmerón –un hombre cabal y honesto, aunque tímido enfermizo y en modo alguno predispuesto al ejercicio del poder político para el que no servía en absoluto- hubo de lidiar con la revolución cartagenera, uno de los episodios más disparatados y absurdos de nuestra trayectoria como país. En septiembre de 1873, y tras dos meses y medio de ostentar la presidencia del poder ejecutivo, a Salmerón le cayeron sobre la mesa las sentencias de muerte de tres militares que se habían puesto del lado de los cantonalistas y se negó a firmarlas. Dimitió al día siguiente y se volvió a su cátedra dejándole la torrija a Emilio Castelar, catedrático como él pero mucho más puesto en el parlamentarismo quien respondió al nombramiento diciendo aquello de “señores, para sostener la república que ustedes piden me hacen falta muchos guardias civiles y muchos carabineros”. 

La dimisión del Salmerón como jefe del poder ejecutivo por negarse a depositar su firma en unas sentencias –el caótico proceder del breve periodo republicano impidió  redactar las leyes necesarias para que sus gobernantes adquirieran el estatus de presidentes del Gobierno- podría valer como referencia a aquella situación que se planteará tarde o temprano y que va a poner al Rey en una posición mucho más difícil aún de la que ciertos sectores del Ejecutivo actual han forzado y que han atizado desde su propia condición de ministros de la Corona lo cual, en cualquier país monárquico de Europa, sería impensable e inadmisible. 

Llegará sin duda alguna el instante en que sobre la mesa del soberano descansen las sentencias de indulto de los presos independentistas, un momento extremo que colocará al Jefe del Estado en situación límite. No soy ningún perito en materia de derecho constitucional pero me temo que Felipe VI no tiene margen para dimitir como Salmerón, o abdicar como hizo en su día Amadeo de Saboya –de hecho, abdicó, salió a la calle a darse un paseo, saludó a los viandantes fumándose una breva y llevándose la mano al sombrero, y se fue a almorzar a  “Fornos”- por lo que el conflicto para el monarca va a ser de órdago. El colectivo empresarial ya lo ha denunciado. Yo también, que conste en acta.

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