Opinión

Interés por los programas

Los comentaristas políticos que en estos días de especial trascendencia electoral inundan con sus análisis las páginas de todos los medios de comunicación sea su soporte el que sea, se quejan amargamente de que la política se ha trivializado y ya no tiene importancia el mensaje sino el método que se use para tratar de transmitirlo al vulgo. No hay analista mediático que no esté por la labor de criticar la falta de ideario programático en las comparecencias de los líderes políticos que acuden a las elecciones, pero en mi condición de observador no especialmente avisado en estas cuestiones, vuelvo a preguntarme si al conjunto de votantes les interesa en general el contenido de los programas que quieren aplicarse en el caso de gobernar o si ese antiguo anhelo que los intelectuales del rollo electoral han dado en entender como imprescindible lo es en realidad o ha caído en desuso.

Yo estoy convencido de que el texto de los programas no es precisamente lo primero que la gente consulta a la hora de plantearse la dirección de su voto, porque en un mundo tan vertiginoso y directo como el que vivimos eso de sentarse a leer un librote cargado de teoría es un acto muy poco probable por mucho que quede muy fino afirmar que para uno, lo del programa es lo primero. Hace algún tiempo, cuando se preguntaba cuáles eran los programas de televisión favoritos, una multitud respondía que los documentales de la 2 porque a muchos les daba vergüenza reconocer en público su afición por los espacios de cotilleo y quedaba más intelectual atribuirse preferencias sobre las aves migratorias en el coto Doñana o el ciclo vital de la marta cibelina que sobre los secretos de Belén Esteban.

Si bien es verdad que la política en general se ha trivializado y los políticos han perdido mucha de su más noble condición, no es por no facilitar su programa –no hay más que buscarlo en internet, bajárselo y leerlo- sino porque se han olvidado de que su condición parlamentaria les obliga a pensar como estadistas y no como presidente de una comunidad de vecinos. Ser estadista implica pensar en grande y actuar en grande y eso es lo que personalmente echo yo muy de menos.

Los programas son teoría y la actividad política es pura y dura práctica. Generosa, con alturas y con visión de futuro, añadiría de paso.

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