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Opinión | La maldición del “Titanic”

Como a casi todo el mundo, también a mí me conmueve la visión de los restos del “HMS Titanic” esparcidos por las profundidades del mar en las frías aguas próximas a Terranova. Me conmueve tanto la visión de ese pecio descansando en su lecho marino desde hace más de un siglo, como fascinación y profunda inquietud al tiempo me sugiere la historia del majestuoso barco de la White Starr Line que llevaba en popa el nombre de la ciudad de Liverpool en la que estaba matriculado y en cuyo puerto paradójicamente jamás atracó. La historia del gran barco orgullo de la industria naviera británica, que se hundió en su viaje inaugural, es una historia irrepetible y tan sugestiva y aterradora a la vez que  ha terminado convirtiéndose en la tragedia de navegación por antonomasia. Para mayor abundamiento y máximo interés, la doméstica historia de la pareja formada por dos multimillonarios madrileños, Víctor Manuel Peñasco Castellana de 24 años y María Josefa Pérez de Soto Vallejo de 22 añade escalofrío a consecuencia de su proximidad, al núcleo principal de la tragedia. Hijos y herederos de dos poderosas familias, Pepita y Víctor eran jóvenes, guapos e inmensamente ricos, y se habían casado medio año antes en la iglesia de los Jerónimos junto al Museo del Prado de Madrid protagonizando una boda que salió en los Ecos de Sociedad de todos los periódicos de la época. A partir de ahí, se entregaron al disfrute  de una luna de miel eterna y sin techo de gasto –se supone que habrían gastado durante lo que llevaban disfrutando de ella  casi ochocientos mil euros actuales- que los llevo a Londres, París, Viena, Montecarlo y el Oriente Express hasta que, no se les ocurrió otra cosa que embarcarse en el trasatlántico británico desde el puerto de Cherburgo en compañía de su doncella mientras el mayordomo se quedaba en París  enviado postales falsas a la madre de él para que la buena señora, que le tenía terror al agua estuviera tranquila, de modo que no supo que había perdido a su hijo en el naufragio hasta un par de días más tarde del suceso.

Ciento doce años después, la llamada del “Titanic” es tan poderosa y maldita que un sumergible que aspiraba a descender hasta el lecho donde reposa, se ha perdido con cinco pasajeros a bordo. A casi cuatro mil metros de profundidad, las posibilidades de rescate son casi nulas. El barco sigue allá abajo cobrando cada tiempo su mortal estipendio.

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