Opinión

A modo de aperitivo

Como aperitivo de esta sesión de investidura en la que el candidato elegido por el rey tratará de convencer al resto de los diputados para que el permitan ser presidente del Gobierno, el líder de la formación con la que el candidato ha tratado desesperadamente de entenderse en el descuento, desfila hacia la sede del Congreso considerando a Arnaldo Otegi un preso político, apreciación que confirma los resquemores que su figura suscita y cuyo malestar no solo se extiende entre las filas de la derecha. Pablo Iglesias celebraba con inquietantes comentarios la salida a la calle de Otegi y volví a convencerme personalmente de que, o bien Iglesias prefiere apelar a unas nuevas elecciones en las que tiene mayor confianza de obtener resultados más favorables de los obtenidos en la primera consulta, o bien sus asesores de imagen son auténticos insolventes, cuestión que no puedo ni debo creerme porque nada hay al azar en este complicado universo de la actividad parlamentaria y menos unos comentarios lamentándose de que alguien –Otegi en este caso-esté encarcelado por su ideario político.

Todos sabemos por otra parte que es un hábito que Maduro practica a destajo y con singular oficio. Por lo tanto, las reflexiones de Iglesias pocos minutos antes de ocupar su asiento en la sesión de investidura del candidato socialista suenan a declaración de intenciones y se dibujan con el spray que usan los árbitros para marcar la distancia entre el lanzador y la barrera. Con semejante visión de lo que es, lo que significa y lo que lleva en el macuto de la conciencia Arnaldo Otegi difícilmente se puede llegar a un acuerdo pactado con nadie. De hecho, el PSOE vive un cisma interior durísimo que enfrenta a aquellos que aceptaría cualquier cosa con tal de llegar a la Moncloa y los que desean llegar a la Moncloa pero no a costa de aceptar cualquier cosa.

Otegi, o al menos así lo veo yo, es un espectro que vaga fuera de sitio y nos recuerda un pasado odioso y tétrico. El tiempo le ha colocado en el lugar que merece y hora es de que se cierre la puerta de un recuerdo tenebroso que no sólo no conecta con la realidad española del siglo XXI sino no siquiera la sociedad vasca actual puede aceptarlo ahora que Euskadi ha recuperado la luz, la concordia y la belleza y piensa en golf, en suculentas perolas, en música y en sonrisas. Iglesias o no sabe lo que hace o lo sabe muy bien. Y yo me inclino por el segundo supuesto.

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