Opinión

Operación rastreo

El rastro dejado por los nuevos gobernantes municipales en las redes sociales se ha convertido en materia de estudio y seguimiento como antiguamente se hacía, para adivinar el futuro que se les venía encima a los poderosos, consultando las entrañas de los pollos o las hojas del té. Es muy posible que los informáticos de la calle Génova, como dice mi amigo Forges, se pasen el día rastreando cuentas de Twitter a ver qué nuevo disparate encuentran, pero también es lícito suponer que nadie que en su sano juicio aspire a conquistar alguna esfera de poder político puede dejar ese rosario de barbaridades sin freno ni prudencia pensando en que lo que se escribe en esas cuentas se lo lleva el viento y no se puede recuperar. Del mismo modo que hasta ahora a muchos de los responsables públicos se les sacaban los colores acudiendo a las hemerotecas, a los nuevos gobernantes se les hace pasar un sofocón destripando el histórico de los ordenadores. Hay que ser tarugo para suponer que esas veleidades estúpidas pueden desaparecer sin dejar huella.

Es cierto, y los viejos lo sabemos mejor que los jóvenes porque tenemos más experiencia, que con pocos años, pocas responsabilidades y todo el tiempo del mundo por delante, uno tiende a ponerse el mundo por montera y nada mejor que los foros en la red para desbarrar que ya dormiremos cuando muramos. Pero esa posibilidad de agazaparse para cagar sentencias que ampara el ciberespacio esconde un campo de minas y basta que se produzca el salto a la popularidad para que todos los dislates cometidos cuando se era del montón salten a la palestra.

En este caso, y en el que en particular afecta a los militantes de Podemos, lo escrito en Twitter no solo ha merecido alguna mueca de rechazo social sino, en algún caso que no será el único, la intervención de la autoridad judicial. La Audiencia Nacional ha observado indicios de delito en los tuits publicados por el concejal Guillermo Zapata y le llama a declarar como imputado en un delito. Es posiblemente una actuación que generará polémica pero es también la consecuencia lógica de un comportamiento cuando menos irresponsable que necesita al menos, una revisión para que no vuelva a producirse.

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