Opinión

Paseo por la memoria y el ministro

Paseando serenamente por los aledaños del Museo del Prado, recorriendo con las manos en los bolsillos para distraer el relente que pintó como nadie aquel caballero sevillano de la gola de encaje y el bigote enhiesto,  este acerico de calles quietas y sombrías que discurren  entre el Retiro y Neptuno, pasamos revista mi amigo y yo a los muchos personajes de variopinto pelaje  que yo caté en la distancia y él, mucho más importante que yo, hubo de apacentar desde el mismo corazón del poder. Hace muchos años que nos conocemos y hace algunos menos,  -casi treinta y cinco para ser algo más precisos- que él abandonó el encarnizado ruedo político para volver a lo suyo y procurar ser más feliz de lo que era cuando alguien de fuste y peso específico lo promovió en 1990 para  acceder a un atractivo cargo dependiente del ministerio de Cultura, un ministerio, dice él, que no debería existir. Así te lo digo…

Los que han percibido el embrujo diabólico de las altas esferas y han rozado aunque sea de un modo tenue las esferas del poder, son también conscientes de que hay tanto de erótico y tanto de maldito en el envite, que más vale no meditar mucho en ello aunque el desempeño se produzca en un departamento como Cultura cuyo principal defecto es que no tiene un duro propio y todo ha de pedirlo prestado a los que de verdad tienen la capacidad de invertir, dar, quitar, premiar o castigar en virtud de sus propios conceptos. El ministro era entonces un verso suelto elegante y sincero llamado Jorge Semprúm que, como cuenta mi acompañante haciendo la ronda por ese Madrid señorial y discreto en el que no suele moverse una hoja del suelo, siempre se leía las cosas que solicitaba e incluso las que le ofrecíamos sin que no las pidiera, lo que implica un salto cuantitativo y cualitativo hacia la gloria en cualquier ministro. Los ministros de Cultura suelen ser personajes capturados a lazo por quien manda y hace gobiernos. Se les cautiva con estrategias parecidas a las usadas por las sirenas que querían llevarse al huerto al pobre Ulises, y se les deja a su aire y cada vez con menos recursos cuando han sido captados para la causa y ya no meten ruido. Iceta, que políticamente es un muñeco de tentetieso e intelectualmente es un pobre de pedir, está en eso y pasa la vida haciendo que hace y cobrando mientras dure. Por supuesto no es Jorge Semprúm, qué más quisiera él. Si lo fuera, hoy no sería ministro.

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