Opinión

Picaresca en el siglo XXI

Seguramente es la modalidad conocida como “novela picaresca”, el género más singular y propio de la literatura española a lo largo de los siglos, cuyos ancestros hay que buscarlos en la baja Edad Media con el arcipreste de Hita o la simpar “Celestina” de Fernando de Rojas, pero cuya poderosa influencia en gustos y costumbres se desarrolla durante los años finales del dominio español en el mundo, cuando la necesidad de sostener en pie la presencia en inmensos territorios dependientes de la corona española  comenzó a minar no solo las arcas nacionales sino los destinos de la propia sociedad, obligada a cuantiosos sacrificios para mantener el imperio. La España del siglo XVI y XVII era una España desequilibrada, económicamente empobrecida y políticamente desgobernada, poblada por desempleados, soldados tullidos en campos de batalla, campesinos esquilmados, y miles de vagos y maleantes buscando la vida  en los patios de vecindad, las corralas, los atrios de las iglesias o los mentideros de la Corte. El género picaresco se crió en ese ámbito, y desde Vélez de Guevara a Cervantes o desde Quevedo a Mateo Alemán se dieron a conocerlo y redactarlo.

Será probablemente para guardar fidelidad a esa tradición tan nuestra que nos ha regalado joyas imperecederas como “El Buscón”, “El diablo cojuelo”, “El Lazarillo de Tormes” o “Rinconete y Cortadillo”, por lo que en pleno siglo XXI seguimos regodeándonos con historias de la vida real que en nada han de envidiar la hazañas de sujetos tan específicos como aquellos pícaros  de la Edad de Oro capaces de sorberle el tazón de sopa al amo ciego sin que el amo se dé cuenta y robarle los talegos  de la sotana al preste al que servían sin que advirtiera que le estaban robando. Lo malo  de estos ejemplares del siglo XXI es que los protagonistas de las historias no son malandrines en la miseria necesitados de sisar para no morir de hambre, veteranos mancos de los Tercios o presos fugados de galeras, sino personajes de camisa y corbata pagados la mayoría por el Estado, sujetos aparentemente honorables. Guardias civiles corruptos, políticos de altos cargos  que pontifican sobre moral y buenas costumbres y se van de putas, vicepresidentes comprados del Colegio de Árbitros de fútbol, o chanchulleros empresarios. Aquellos eran tiernos sinvergüenzas que o robaban o no comían. Estos son pura indecencia.

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