Opinión

El tiempo y la cocina

Un espacio de la naturaleza de Master Chef es un espectáculo, quien no lo vea, miente


El final salomónico otorgado este año al concurso “Master Chef” en su categoría de celebridades, no ha ahuyentado en el ánimo del que esto escribe docenas de sospechas y sensaciones dispares que han convertido su antigua devoción en desapego. No se trata de poner en duda las decisiones de un jurado que se inclinó por otorgar por primera vez en su historia el título de ganador a los dos finalistas de la prueba, sino el misterio que se esconde tras el proceso de pos producción en el propio concurso. O el espectador medio del programa sigue  creyendo en los Reyes Magos o aquí hay mucho gato por liebre.

En esta edición por tanto y en virtud de un abanico muy aceptable de razonamientos, el presentador Miki Nadal y el periodista deportivo Juanma Castaño se han repartido la victoria y el premio. Ambos llegaron al plató con cuentas pendientes y relativa mutua ojeriza como consecuencia de sus debates en las ondas, y se han ido de él ejerciendo de mejores amigos. En ese sentido, el talent de cocina ha sido balsámico, y ha contribuido a reconciliar a dos  tipos. Seguramente este papel desempeñado por el programa ha contribuido especialmente a dar por bueno un empate como resultado final.

Un espacio de esta naturaleza es un espectáculo, y cualquiera que no lo advierta o se miente o no se entera. Por consiguiente, y tras un casting cuidadosamente elegido para ofrecer alternativas en todos los registros, el programa se proyecta en horas de máxima audiencia atendiendo a una demanda que no tiene entre sus argumentos principales la sabiduría en las cocinas. Este año, el equipo directivo resolvió prolongar todo lo posible la participación de la veterana actriz  Verónica Forqué quien, a pesar de sus inexistentes virtudes culinarias, ofrecía otros destacados aspectos al show como por ejemplo, sacar de quicio al resto de los participantes, al jurado y a una buena parte de la propia audiencia.

La pregunta clave, sin embargo no es precisamente aquella que trata de desentrañar hasta qué punto saber cocinar es el principal argumento exigible para conseguir el triunfo, sino cómo es posible que dos concursantes que no sabía freír un huevo consigan, tras unas semanas de aprendizaje, presentar elaboraciones divinas dignas de las estrellas Michelin. Algo pasa ahí. Y si eso es verdad, entonces muy burros deben se los hermanos Roca que han invertido cuarenta años para hacer lo que a Nadal y Castaño les ha llevado un mes.

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