Opinión

La viuda de Boyer

La presencia de Isabel Preysler en una de las entregas de “El Hormiguero”, el programa show conducido y producido por Pablo Motos, ha servido para comprobar  el impacto mediático de esta mujer singular y el escaso interés objetivo que despierta el personaje, interés que está al margen de su significación y popularidad en la crónica social que es el hábitat donde se mueve y donde hace su fortuna esta curiosa y seguramente indefinible dama.

Isabel se presentó en el plató de la cadena privada vestida elegantemente de negro y mostrando a los espectadores su perfil derecho que al parecer es el que más le favorece, protagonizando un acto promocional de la línea de cremas para el cuidado de la piel que llevan su nombre -y de las que ella es directa responsable- y contó a la audiencia que, si bien en su casa no entra el azúcar, los viernes ella y sus amigas más íntimas rompen el protocolo, mandan al diablo las dietas y se dan un banquete de perros calientes y hamburguesas sin limitaciones de ninguna clase. Cuesta creer contemplando su figura espiritual y quizá excesivamente delgada que esta mujer madura y sofisticada al máximo quiebre todos los reglamentos al menos un día a la semana, pero así lo confesó y habrá que creerlo.


Lo que realmente produce sorpresa es que la invitada apenas dijo mucho más a lo largo de la entrevista, a pesar de que cuentan los cacharros que controlan los índices de audiencia que algunos de los minutos de la estancia de la viuda de Boyer en el espacio de Pablo Motos fueron los más vistos de la semana. Isabel Preysler es uno de los argumentos mediáticos más contundentes con los que cuenta la crónica galante del país, un tronco sólido en materia de seducción multitudinaria del que cuelgan como apéndices los polifacéticos hijos de esta cortesana.

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