Opinión

Yo, dimito

Hace ya algún tiempo que he dimitido de las redes sociales. En los primeros escarceos de esta práctica, me sumé a ella a pesar de que, como periodista, me sentía inseguro e incluso culpable fomentando un foro abierto a cualquiera que quisiera tomarlo sin depender de ninguna escala de decisión, sin responder a ningún protocolo de comportamiento colectivo y sin necesidad de dar la cara. Las redes sociales poseían el morbo perverso de la irracionalidad si ese era el deseo del mensajero, y tenían como inusitada ventaja la ausencia completa de fiscalización así que yo, habituado de viejo a plegarme a las exigencias justas o no de mi redactor jefe, observé aquella tribuna con ilusión no exenta de una inquietud subyacente en cada uno de mis movimientos. Aquí se podía decir lo que a uno le viniera en gana aunque lo dicho fuera una irresponsabilidad manifiesta. Se podía insultar impunemente, se podía emitir cualquier juicio sin necesidad de que fuera justo, se podía informar sin contrastarlo, se podía adoctrinar sin depender de que aquella fuera una buena doctrina… Pronto me di cuenta de que aquello no podía ser razonable. Ahora mismo, y tras el horror que ha acompañado el comportamiento de una parte de sus usuarios tras la muerte en la plaza del torero Víctor Barrios, estoy completamente convencido de que he hecho bien. Usaré las redes sociales en las que estoy dado de alta para desear buenos días, buenas tardes y buenas noches. Nada más.

Desgraciadamente vivimos en un país que no tiene medida. Leo estremecido que uno de los tuiteros más violentos en el tratamiento de la muerte del torero es un maestro valenciano que, como maestro que es, ha contraído la responsabilidad de formar cabalmente a cientos de alumnos. Este sujeto expresa en sus comentarios una ferocidad tal salvaje que solo pensar en la posibilidad de que sus mensajes lleguen a los oídos de los niños a los que educa me pone los pelos de punta y si yo tuviera bajo su cuidado alguno de mis hijos correría a salvarle de sus violentos e inhumanos desvaríos. Y como no es fácil hacer de ese espacio virtual de las redes sociales un escenario sensato y digno, prefiero retirarme escribiendo mi columna diaria con mi nombre y mis apellidos y sometiéndome de paso a la tutela de las leyes como he hecho toda la vida. Yo sé lo que es sentarse ante un juez acusado de un delito de información. Pues lo prefiero.

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