Opinión

Marejada

Contemplando una evolución tan variable de la pandemia de covid-19, 24 meses ya perturbando nuestras existencias, esperábamos un invierno complicado para nuestros sistemas sanitarios. La enfermedad progresa de manera muy dispar a nivel mundial, nacional, autonómico y provincial, incluso si nos apuran mucho, a nivel de cada ayuntamiento o comarca. Los diferentes porcentajes de vacunación han demostrado que tienen mucho que ver, pero también la genética particular, la edad, el estado de salud, la inmunidad natural, la organización sanitaria, las medidas de protección y las políticas de control y las restricciones a la movilidad. Con todo esto, los epidemiólogos siguen en alerta permanente ante los cambios y mutaciones del SARS-CoV-2, el coronavirus responsable de tanto desasosiego. Y también las grandes compañías de investigación farmacéutica. Sus expertos nos aseguran estar preparados para modificar las vacunas actuales en apenas un par de semanas, para dotarlas así del máximo poder necesario para neutralizar las nuevas variantes. Continúa la encarnizada batalla entre los virus, que mutan constantemente para garantizar su supervivencia, y la especie humana, en la procura de los medicamentos y las vacunas idóneas para exterminar esta amenaza.

Mientras todo esto ocurre, las naciones tienen que lidiar con la crisis sanitaria, que consume cada día ingentes recursos destinados antes a otras necesidades, pero también con las graves consecuencias económicas y sociales. Por la historia conocemos quiénes pagan el coste más elevado de las facturas de las recesiones. Esperemos que la solidaridad general continúe funcionando, más y mejor todavía, porque nadie está libre de las consecuencias de esta pandemia. Sobre el horizonte oscuros nubarrones ante la irrupción de la variante B.1.1.529, bautizada como Omicrón, del linaje alfa, es decir, una variante mutada de aquella descubierta por primera vez en septiembre de 2020 en el condado de Kent (Reino Unido), muy transmisible y extendida por más de 80 países. Simplemente recordar que la variante delta es la que actualmente predomina a nivel mundial; en algunos lugares representa prácticamente el 100% de las infecciones. Asimismo, la microbiología nos ha enseñado que los diferentes virus compiten por un mismo nicho ecológico, tal y como ocurre con otras especies vivas en otros entornos naturales. La proliferación de unos dificulta la existencia de otros.

Para nosotros, los humanos, sería ideal que resultara vencedora de esta contienda una variante poco contagiosa y de sintomatología leve. Quizás esto llegue a ocurrir algún día. Mientras tanto, toca situar en nuestro punto de mira a la variante Omicrón, que ha desarrollado 32 mutaciones en los genes responsables de la síntesis de la proteína S (espiga), la llave que tiene el coronavirus para infectar nuestras células. Esas mutaciones lo convertirían en un agente escurridizo frente a nuestro sistema inmune. De momento, la doctora Angelique Coetzee, la descubridora de Omicrón, habla de un virus más contagioso, que provoca síntomas leves pero inusuales, como una llamativa fatiga que afectó mayoritariamente a varones sanos, con vacunación incompleta. Seguimos insistiendo: prudencia y precaución. Muchas olas alimentan una marejada.

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