Opinión

Despertares

Aparte de un festival de música techno que se celebra en los Países Bajos, “Awakenings” (“Despertares”, Penny Marshall, 1990) es el título de una película americana, que cuenta la relación del neurólogo Oliver Sacks -interpretado por el difunto Robin Williams- con uno de sus pacientes en estado catatónico -Robert de Niro, nominado al Óscar-, a quien el doctor logró despertar por un breve lapso, gracias a un fármaco experimental.

Del verbo inglés “awake” (“despertar”) procede la expresión “woke” (“estar despierto”), cuyo significado en slang o jerga afroamericana supone “estar alerta frente a la injusticia racial”. Parece ser que fue el novelista William M. Kelley quien acuñó el término, en un ensayo publicado en el New York Times  titulado “If You’re Woke, You Dig It” (“Si estás despierto, lo entiendes”); aunque ya se manejaba desde la década de los años treinta.

Con el paso del tiempo, este término ha llegado a abarcar las más diversas cuestiones en el ámbito de la desigualdad social, así como en materia de género y de orientación sexual.​ De hecho, desde finales de la década de 2010, se la identifica con los movimientos políticos que ponen el acento no solo en la política identitaria de la comunidad de afrodescendientes, sino también en la feminista y de las personas LGBTI, entre otros.

No obstante, en los últimos años, desde la órbita del centro-derecha, el término “woke” suele emplearse con resonancias negativas; al identificarlo, entre otros aspectos, con la denominada “cultura de la cancelación” (esto es, el boicot que, como forma de presión, se lleva a cabo contra personas u organizaciones cuyas actitudes se consideran inadmisibles). Parece, entonces, que el buenismo asociado a lo “woke” no es bien recibido por todo el mundo.

De hecho, las políticas “woke” de la Unión Europea encaminadas hacia una agricultura sostenible no generan entusiasmo sin fisuras; más bien, al contrario, como ha demostrado la inusual estampa de nuestra calle Juan XXIII hace escasos días, ocupado uno de sus carriles por tractores cuya impactante presencia anuncia el despertar del campo gallego (junto con el nacional y el europeo) tras años -décadas, podría decirse- de invernal letargo.

La gota que ha colmado la paciencia del sector parece ser un conjunto de imposiciones derivadas del llamado “Pacto Verde Europeo”, nueva vuelta de tuerca en materia de sostenibilidad; que se añade a la innumerable serie de restricciones y limitaciones que han venido exigiéndosele en los últimos tiempos (en realidad, casi desde que se creó la propia Unión Europea), en el marco de la llamada Política Agraria Común (PAC). 

De un lado, vivir del campo es muy duro; de otro lado, por tanto, a quienes deciden hacer de ello su medio de vida conviene cuidarles y facilitarles su tarea lo máximo posible, puesto que la subsistencia de regiones enteras puede llegar a depender de dicha labor. No hace falta ser ministro o comisario europeo para percatarse de ello: como mínimo, cualquiera que conozca a algún agricultor o ganadero lo puede entender.

No obstante, al Gobierno nacional parece que le cuesta comprenderlo; aunque, por supuesto, ya ha echado mano de su comodín favorito: asociar este movimiento agrario con la ultraderecha. Pero, difícilmente se contendrán con excusas pueriles las justas reivindicaciones de nuestro campo ahora que, como el paciente de la película, acaba de despertar. Y no parece que sea para volver a echarse a dormir. Al menos, no de momento.

Te puede interesar