Opinión

Fedora

El refranero popular nos dice que “en febrero, dos capas y un sombrero”, aunque el número de aquéllas suele variar, según las versiones, llegando hasta diez. Quizás dependa de la latitud, pues no es lo mismo el invierno barcelonés que el malagueño, un suponer. No digamos ya el nuestro, pese al cambio climático, que propició las inopinadas temperaturas de este final de enero. Igual era el anuncio de un febrero cálido aquí. Por no decir caliente.

Para quien quiera hacer caso del refrán y abrigarse con un complemento antaño casi obligatorio, en la Calle de las Tiendas, llegando ya a la Plaza Mayor, se encuentra “La Lucha”. Un negocio centenario de esos que quedan ya tan pocos, tristemente, en nuestra ciudad; cuyo escaparate muestra una gran variedad de sombreros, tanto masculinos como femeninos, y que van desde boinas de todo tipo hasta tocados para celebraciones. 

Uno de los sombreros más populares, que también se ve ahí, es el Fedora, que debe su nombre a la obra de teatro homónima de Victorien Sardou -no confundir con la película de Billy Wilder basada en la novela corta de Tom Tyron- escrita para y estrenada por la célebre actriz francesa Sarah Bernhardt; quien lo lució en algunas escenas, convirtiéndolo así en accesorio de moda para las mujeres, pese a considerarse un complemento más bien de hombre.

Se trata de un sombrero normalmente de fieltro o de piel, con corona arrugada, un ala en ángulo y un pellizco en su parte superior. Es el que luce, por ejemplo, el personaje que interpreta Harrison Ford en la saga de Indiana Jones. Aunque, en general, se identifica sobre todo con las películas americanas de cine negro, por ser el que llevan los gánsteres. De ahí que no sorprenda verlo en nuestro inminente Carnaval. O incluso en otras fechas.

Porque tampoco extraña ya que este periódico, cumpliendo escrupulosamente con su tarea informativa, recoja día tras día diversos actos de gansterismo tristemente cotidiano en la isla de tranquilidad que otrora era nuestra capital. Siendo el penúltimo -porque entre la redacción y la publicación de esta columna ya han acaecido otros- el intento de asalto, pistola en ristre, del juez decano de Ourense. Nada más y nada menos.

Quizás hubiera, si el asunto no fueses tan alarmante, quien sintiese cierta lástima por unos atracadores que dan con un juez para perpetrar su delito. No cabe peor azar, salvo, tal vez, en el caso -que lo habrá- de pretender robarle a un policía. Pero este suceso, desafortunadamente, no es más que la punta del iceberg en la degradación de la seguridad ciudadana que padecemos en nuestra ciudad; en especial, desde el final del confinamiento.

Aunque todos los servicios que se ofrecen desde la Administración local son importantes, el que presta la Policía (sobre cuyo esforzado personal recae la enorme responsabilidad de garantizar nuestra seguridad) merece un especial cuidado y atención. Si bien, qué cabe esperar aquí de un Ayuntamiento donde, según una sentencia -pese a no ser firme-, la propia intendenta jefa de la Policía fue objeto de acoso laboral.

Tal es el grado de esperpento en el perpetuo carnaval que nos envuelve aquí desde hace unos años que, en febrero, cuando llega el auténtico, es difícil distinguirlos. Pues ambos tienen en común que hasta el más reconocible delincuente puede conseguir escurrirse, con la ayuda de un buen disfraz. Igual basta con un gansteril Fedora, como esos del escaparate de “La Lucha”. Tan cerca, por cierto, de la Casa Consistorial. 

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