Opinión

La bofetada


Cualquier cinéfilo de pro recordará con morboso deleite la escena de la película “Gilda” (Charles Vidor, 1946) donde Rita Hayworth protagonizó uno de los más sensuales stripteases que se recuerdan; deslizando suavemente con la mano uno de sus largos guantes negros de seda, al ritmo de la melodía “Put the Blame on Mame”, que la actriz simulaba entonar, aunque, en realidad, fuese la cantante Anita Ellis quien le prestaba su voz.

La letra de la canción -que llegó a hacerse bastante popular en los Estados Unidos de la época- viene a decir que Mame fue la culpable del gran incendio de Chicago de 1871, de la tormenta de nieve de Nueva York de 1886, del terremoto de San Francisco de 1906 e incluso de la muerte de Dan McGrew, personaje imaginario de un poema de Robert W. Service. Es decir, la pobre Mame tenía la culpa de todos los males habidos y por haber.

Claro que, tras la lujuriosa exhibición de la protagonista, vino el tremendo enfado de su amante -encarnado por el siempre inexpresivo Glenn Ford- quien, tras una ruidosa discusión, acaba propinándole a Gilda una no menos sonora bofetada que ha pasado a los anales de la cinematografía como uno de los momentos cumbre de las relaciones de pareja tormentosas y atormentadas; de esas que hoy acaban ante un juzgado de violencia de género.

Una secuencia parecida se ha vivido en estos últimos meses, al tanto de la tramitación del famoso proyecto de ley de amnistía -parecía ya ley, pero no-; donde el partido socialista tarareaba su canción en la que echaba la culpa de todos los males a la derecha, mientras seducía con sus cantos de sirena al resto del espectro político. Hasta que llega el amante despechado y le pega una bofetada que hace parecer una caricia la de Gilda.

Alguien dijo alguna vez que en política se pueden hacer muchas cosas, pero nunca el ridículo. Que es exactamente lo que ha hecho el partido socialista en este asunto, y a nivel planetario. No es una exageración, considerando el cariz que han tomado los acontecimientos con la implicación de “mediadores” internacionales (alguno, salvadoreño) e incluso de altos cargos de la Unión Europea. Ridículo estratosférico. Lo nunca visto.

Tanto cacarear las ventajas de la ley (del proyecto, o sea), que si la convivencia, que si la reconciliación, que si tender la mano. Venga a reuniones en Suiza y quién sabe en cuántos exóticos lugares más. Si hasta organizaron una convención nacional, donde algún exvicepresidente públicamente se confesó fan declarado de la dichosa amnistía. No, si la mano se la han tendido, pero para cruzarles la cara.

El ridículo protagonizado es solo comparable a la vejación sufrida. Si hubiera una escala de humillación, al estilo de la Richter de terremotos, la de los socialistas estaría superando el grado siete. Fuera de la escala, o sea. Quienes se preguntaban cuánto podría degradarse, cuánto podría aguantar el partido que sustenta al Gobierno en su desesperada huida hacia adelante, este martes han tenido la respuesta: muchísimo. Más allá de lo razonable.

Lo más grave es que este plus ultra de degradación parece no tener fin, pues cada línea roja autoimpuesta ha ido siendo saltada a cada nueva exigencia llegada desde Waterloo; escenario, por cierto, de aquella célebre batalla en la cual el duque de Wellington derrotó a las tropas francesas, poniendo fin al sueño imperialista de Napoleón. De ahí el dicho de “a todo Napoleón le llega su Waterloo”. Aunque, por aquí, preferimos remitirnos a san Martín.

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