Opinión

Leonor es nombre de Reina

Tal y como se vienen desarrollando los últimos acontecimientos en la política nacional, es aventurado vaticinar si la princesa de Asturias llegará a reinar algún día. De hacerlo, no será nuestra primera Leonor, aunque las pretéritas solo reinaron como consortes. Así, Leonor de Castilla, reina de Aragón por su matrimonio con Jaime I, el Conquistador; o su madre, Leonor de Plantagenet, reina de Castilla por su matrimonio con Alfonso VII.

Leonor de Borbón, en cambio, será reina por propio derecho, lo que implica tres singularidades, típicas de un régimen de monarquía parlamentaria: la primera es que será jefa del Estado, figura que comparten numerosos países de nuestro entorno, con un sentido protocolario, en general. La segunda es que hereda el puesto de su padre, el rey. Y la tercera es que su reinado será vitalicio, salvo que renuncie de forma expresa, mediante abdicación.

En la primera singularidad -la conveniencia de mantener la Jefatura del Estado- se podrá estar o no de acuerdo. Ahora bien, cabe recordar que, ante la complejidad territorial de nuestro país, dicho cargo simboliza, sobre todo, la unidad nacional. Por ello, ateniéndonos al contexto actual, dado el resurgir de los movimientos independentistas en concretos lugares, no parece que la justificación del puesto haya decaído. Más bien, al contrario.

De ser así, la propia esencia de la figura entorpece que su designación se determine mediante los procedimientos electivos habituales presentes en las democracias modernas. Por un lado, resulta difícil abstraerse del habitual juego partidista que, sin duda, acabaría comprometiendo la imprescindible neutralidad del cargo. Y, por otro, fuera de dicho juego es complejo acotar el perfil más adecuado para semejante encomienda.

La monarquía hereditaria ofrece entonces una solución que presenta, como todas, ventajas y desventajas. Entre las primeras, permite huir de las controversias políticas, designando a una persona neutral y preparada desde su infancia para un puesto de tan alta responsabilidad. Es claro que, en tanto se opte por tal modelo, las naturalezas hereditaria y vitalicia vienen prácticamente impuestas, dadas las circunstancias que concurren.

Entre los inconvenientes, se encuentra la controvertida y evidente excepción al principio de igualdad, puesto que, por más que se lo proponga, ninguna otra persona podrá ser rey o reina. Aunque tampoco cabe olvidar que esa desigualdad viene acompañada, entre otras hipotecas, de la falta de libertad que implica, para la persona concernida, aceptar un destino impuesto por nacimiento, sin más salida que una renuncia quizás traumática.

La Leonor más famosa de todas las reinas fue la abuela y madre de las arriba mencionadas, Leonor de Aquitania (de paso, madre también del célebre Ricardo Corazón de León); a quien solo le faltó reinar en España -tarea que dejó a sus descendientes- tras haberlo hecho primero en Francia y después en Inglaterra. Quedó inmortalizada por una madura Katharine Hepburn en la película británica de 1968, “El león en invierno”.

Su padre, Guillermo X, duque de Aquitania, se esforzó por darle la mejor educación posible, con estudios, entre otros, de aritmética, música, literatura o latín; de modo que, con el tiempo, Leonor llegó a ser una de las mujeres más poderosas de la Alta Edad Media, destacada figura militar y mecenas de las artes y las letras. Aun siendo otra dinastía, qué duda cabe que Leonor es buen nombre para una reina.

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