Opinión

Olor a podrido

Cuando se revisan las noticias recientes sobre política española en los principales periódicos de ámbito nacional, brota de forma automática un sentimiento mezcla de asombro y rechazo no exento de cierta morbosa compasión hacia el partido que protagoniza la mayoría de los titulares. Asombro, por la cantidad de asuntos; rechazo, por su intensidad y compasión, tal vez, hacia las bases del partido socialista, otrora considerado “de Estado”.

En verdad que, desde aquel infausto día de julio (merecida mala reputación de los 23 en la historia reciente española) donde el recuento electoral arrojó el endiablado resultado origen de todo, se han ido sucediendo los acontecimientos, acumulándose en semejante rosario de despropósitos -inaudito a nivel institucional- que parece confirmarse así la fundada sospecha de que nos hallamos ante un fin de ciclo.

Tal es la magnitud de los acontecimientos que la denostada amnistía -primer bombazo tras el paréntesis veraniego, ataques al poder judicial aparte-, de un lado, ha pasado a segundo plano (aunque todo el mundo recordará las nutridas manifestaciones en plazas de las capitales de provincia de toda España) como estrategia de desgaste de la oposición contra el Gobierno; y, de otro lado, parece ahora la tabla de salvación para la gobernabilidad del país.

Que todo se torcería ya parecía anunciarlo el paso al Grupo Mixto en el Congreso de los Diputados de los representantes de Podemos, que formaron parte de la alianza pergeñada por la vicepresidenta del Gobierno bajo las siglas de Sumar, intentado aglutinar así el voto a la izquierda del socialismo. Quién se iba a imaginar, de sorpresa en sorpresa, que no tardaría mucho en incrementarse el número de miembros de ese grupo.

La trágica muerte de dos guardias civiles en Barbate, en acto de servicio contra el narcotráfico, puso en el disparadero por enésima vez -van ya tantas que casi se pierde la cuenta- al ministro del Interior; al mismo tiempo que las reclamaciones de los agricultores hacen lo propio con el de agricultura. Mal pinta el panorama cuando la desidia política castiga y hastía a quienes velan por nuestra seguridad y por nuestra alimentación.

Cuando ya parecía que el cúmulo de esperpentos -incluido el rechazo in extremis del proyecto de ley de amnistía por aquéllos a quienes pretendía beneficiar (!)- había culminado con el inapelable descalabro socialista en las elecciones gallegas, resulta que la semana “horribilis” no había hecho más que empezar: estallaba así el llamado “caso Koldo”, al día siguiente -sospechosa casualidad- de conocerse los resultados de tales comicios.

La ciudadanía asiste ahora perpleja al morboso espectáculo que ofrece el actor principal de tan turbio asunto -de paseo por todos los platós de televisión, copando portadas día sí y al otro también- para autoexculparse, no para asumir responsabilidad política alguna; al igual que acaba de hacer la acorralada presidenta del Congreso de los Diputados, en la penosa rueda de prensa que ha protagonizado este mismo martes.

En “Hamlet”, viendo pasear al fantasma del rey muerto por el palacio, Marcelo le dice a Horacio aquello de “algo huele a podrido en Dinamarca”. Un olor fétido inconfundible es lo que tiene la descomposición. También la institucional. Viendo pasear al fantasma de un presidente políticamente muerto por el Palacio de la Moncloa, no cabe duda de que este ciclo ha llegado a su final. Solo queda ventilar bien, para que se vaya el olor a podrido.

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