Opinión

Porque yo lo valgo


En vísperas del cuadragésimo quinto cumpleaños de nuestra Carta Magna, un importante diario de tirada nacional (hay quien dice que es el más importante) abría su versión digital con este titular: “Dos de cada tres españoles abogan por introducir cambios en la Constitución”. Aunque, siempre según dicha encuesta, esa ratio es también idéntica a la de quienes “se muestran satisfechos de cómo ha contribuido a organizar la vida pública en el país”.

No deja de ser una coincidencia que dicha mayoría sea la misma que señala el artículo 167.2º para llevar a cabo su reforma, de no lograrse el acuerdo previo dispuesto en el párrafo anterior. Por más que, en la coyuntura actual, no puede sorprender semejante titular en ese concreto medio de comunicación; pues las coincidencias, en política, vienen a ser como las historias de Papá Noel o los Reyes Magos: solo los niños creen en ellas.

Qué padre o madre no ha pasado por el trago de tan dura revelación -bien motu proprio, bien instigado por las dudas filiales-, traumática a partes iguales tanto para los adultos -que ven desvanecerse entre los dedos uno de los símbolos más representativos de la inocencia infantil- como para los pequeños -quienes dan así su primer paso para comprender que el lugar de la fantasía se reduce a los cuentos-.

Aunque, para fantasía y cuentos, aprovechando el (im)pagable tirón del comercio navideño, se presenta esta semana el nuevo título de un autor ya superventas; a saber, nuestro J.K. Rowling patrio, el presidente del Gobierno, con su libro “Tierra firme”, que se supone continúa los pasos de su previo “Manual de resistencia”. Nada que ver -salvo, quizás, la autoría- con la difusión que alcanzó su primera obra, en formato de tesis doctoral.

Cabe preguntarse de dónde saca el tiempo una de las personas que se presupone más ocupadas de nuestro país para publicar esta suerte de memorias por entregas; algo que, en otros lugares, como Estados Unidos, es práctica habitual entre los presidentes y a la que se dedican (más elegantemente) una vez dejan su cargo. Será que duerme solo dos horas, como la vicepresidenta segunda Díaz, quien dice aprovechar así para planchar con desvelo. 

En fin, incluso en plena época de regalos y loterías, siempre habrá quien se busque su propio gordo por adelantado. Pero también hay quien lo recibe inopinadamente, como el flamante nuevo embajador en la Unesco, Miquel Iceta; un perfil muy ajustado para representarnos ante este Organismo de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura, pues ha sido -entre otros-ministro de lo último. Digno de encomio, para alguien que carece de título universitario.

Junto a éste, asistimos a la tradicional pedrea de cargos y asesorías varias del Gobierno, para algunos medios, más caro de la historia; con cifras mareantes en millones de presupuesto y número de agraciados. Claro que, de sí mismas, pensará lógicamente la mayoría de las personas designadas: “porque yo lo valgo”, según rezaba el eslogan de una conocida marca de cosméticos. Perfiles ajustados, cual el de Iceta.

Recién cumplidas cuatro décadas y media, solo cabe desear muchas más a una Constitución tan querida por la ciudadanía como garantista de los derechos y de las libertades que le permite disfrutar. Nueve lustros, o sea, señor Urtasun, actual ministro -y parecía el listón a ras de suelo- de Cultura. Al menos, ya tiene un buen título para sus memorias, si decide publicarlas antes de dejar el Ministerio: “Tierra, trágame”.

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