Mitad hombre mitad lobo

Publicado: 10 nov 2024 - 04:00

Jueves, 7 de noviembre

Allá me fui una semana, este puente, a llenarme los ojos de saudade lisboeta. Quizás sean los nativos portugueses los que más le dan a la vida un toque lírico, aquello que decía Camões de que había que vivir poéticamente.

Nada más llegar, me entristecí un poco. Entré en un café de la ciudad y en una mesa del centro había unos españolitos hablando a gritos y con esa insultante arrogancia tan nuestra. Enseguida pegué la hebra con el veterano camarero: “Eran otros tiempos, ahora ya vienen pocos jóvenes a sentarse y leer a Fernando Pessoa. Ya sabe, la epidemia de los móviles y del marketing”.

Camino por el centro de la ciudad y observo que es cierto que famosos artistas y también una legión de jubilados centroeuropeos tomaron al asalto el centro de la ciudad. Hasta Madonna hizo un canto que ayudó a poner de moda la ciudad de las siete colinas. Muchos vecinos han vendido o alquilado sus casas y se han ido a los barrios periféricos. Observo como si los transeúntes anduviesen más deprisa y se olvidasen de caminar lentamente por la vida. Cierto es que pasear por la Plaza del Rossio o el Mercado da Ribeira tiene todavía un cierto romanticismo.

Me encuentro con João, un periodista del Jornal de Notícias, que conocí en otro viaje ya lejano. “En Lisboa todo está cambiando muy rápido, no sabemos hacia dónde, pero ya sabes que nosotros decimos ‘Ninguém vive contra as leis do destino’. En tu país ya conocéis eso de la fobia al turismo, pero es que aquí está siendo arrasador. En mi periódico escribimos no hace tanto que, sobre todo en las grandes ciudades, hay una epidemia de depresión. Titulamos ‘Los tranquilizantes agotados en las farmacias de todo el país”.

Me cuenta João: “Ya sabes que conozco bastante España y, a pesar de todo, tengo cierta fe en nuestros jóvenes porque, al contrario de ustedes, la familia sigue siendo algo sagrado. Aquí no ha llegado esa locura del desfase de los jóvenes en fin de semana. Pero intuyo que asoma, como si la ciudad estuviese sembrada de minas”. Le digo: “Me pones muy triste. Siempre amé esa turbadora melancolía portuguesa”. João, para animarme, me dice: “Todavía no está todo perdido. Hay una generación de jóvenes poetas”. Me coge del brazo y me lleva a garitos donde sí está el alma doliente de Portugal. Locales donde el fado suena con toda su pureza. Locales que todavía no han sido asolados por los extranjeros, que resisten a la ‘badoquería’.

Le pregunto por los restos de aquel lejano y catártico 25 de abril de 1974, la revolución de los claveles, la más romántica de toda la historia de la humanidad. Toma su coche y allá me lleva a la que fue la prisión más siniestra, Peniche. La contemplo con tristeza, allí sufrieron tortura muchos presos políticos que luchaban contra la dictadura de Salazar. Entramos, hoy es un museo que cuenta las dolorosas páginas que escribieron los verdugos. Leí en una pared la frase de Saramago: “Sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”.

Al regreso, João y yo escuchamos en silencio la canción de Lennon, “Imagine”.

(Regreso. De pronto siento como una llamada, me desvío hacia Vila Real, llego al pueblo de São Martinho de Antas. Allí estuve en el 95 el día de sus exequias. Hermano lector, escribo de Miguel Torga, ojalá lo leyeses, gran poeta portugués. Decía de sí mismo: “Soy mitad hombre, mitad lobo. Tomo la pluma como tomo el bisturí”.

Recordé aquel día lluvioso, al salir del cementerio un vecino me llevó a su casa y me mostró algo como si fuese sagrado. “Esta es la mesa de su despacho de médico; todavía huele a medicinas”.

Cuando llegue, llamaré a la puerta del vecino. Olfatearé la mesa como un perro. Me dará el recado de combatir por la libertad y la belleza).

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