Opinión

Que te den morcilla

Resulta que mi amigo Avelino estaba deseando casarse; pero era tan exigente que llevaba trazas de no conseguirlo nunca.
Un día que quedamos para tomar café, le dije que no se preocupara, que yo se lo arreglaría. Y, efectivamente, a los pocos días le di la noticia de que había encontrado lo que a él buscaba: una mujer bonita como un sol, con medio millón de euros en el banco, de buena familia y honrada a carta cabal. ¡Vamos! Lo que se dice un buen partido. Pero… tenía un defecto, un pequeño defecto sin mayor importancia. Sí, aquella mujer tenía una pequeña joroba. Al enterarse, mi amigo Avelino se sintió ofendido. Eso del medio millón, no estaba mal; pero lo de la joroba… ¡Que no…vamos… que no! Que por ahí no pasaba, así que… ¡la podían dar morcilla!


No desistí en mi empeño de casar a mi amigo Avelino, y una semana después fui en su busca para decirle que estaba seguro que había encontrado lo que necesitaba: una muchacha más guapa que la otra, una dote de un millón de euros, culta, perteneciente a una de las mejores familias de la ciudad y ¡sin joroba! Pero con otro defecto. Se trataba de que olía un poco, aunque solo fuese en verano. Avelino puso el grito en el cielo: “¿Sabes que te digo? ¡Que ya le pueden ir dando morcilla!”


Cierto tiempo después me lo vuelvo a encontrar y me dirijo a él diciendo: “No te lo vas a creer. Figúrate: una señorita cultísima, oliendo a rosas y con dos millones contantes y sonantes. ¿Qué? ¿Eh? ¿Qué tienes que decirme ahora?”
-Me parece de perlas. Estoy decidido. Pero… ¿Qué es esto? ¿Por qué pones esa cara? ¿Qué ocurre, Pepe?
-Pues que la señorita en cuestión, al hablarle de ti, me ha dicho: ¡que ya te pueden ir dando morcilla!

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