Opinión

La científica larguirucha

Bajó a su consulta aquella mujer en un estado de excitación considerable. Seguro que el lector se habrá hecho una somera idea sobre las peculiaridades mentales de este estrafalario personaje.

Aún le pareció más alta y horrorosa que en el primer encuentro, aquel en el que ella le había mirado de manera antipática. Por fin, sabría lo que pretendía aquella decrépita mujer que hoy lucía una peluca rosa.

Llegó cargada de un par de enciclopedias. Aquel hombrecito del kepi ferroviario estaba dándole apoyo y entraba cargado con un utensilio que era difícil de describir: venía a ser una especie de plataforma de plástico transparente y sobre ella pululaban un montón de artilugios compuestos por esferas. En el momento en que llegó presionó un botón amarillo y todo comenzó a dar vueltas y a emitir unas lucecitas de colores y unos sonidos suaves, leves, cadenciosos y musicales.

En todo momento se dirigió a nuestro personaje con la denominación de “señor Gerard”. Él, a esta altura de la historia, ya había comenzado a asumirlo como propio.

-Ya supone lo que es esto. Como habíamos quedado vengo a mostrarle que su pensamiento sobre la evolución de las especies es una aberrante falsificación de la verdad científica.

Calló y simuló escucharla, aunque boquiabierto, fingiendo toda la atención del mundo. Podría colegirse que ella le suponía también un científico al que pretendía superar de manera irrefutable.

-Quiero que me diga quién hizo esto -dijo, señalando aquel mecanismo. Él, que no supo o no quiso contestarle, siguió en silencio.

-Por supuesto que “alguien” lo ha realizado. Y usted y sus secuaces siguen con esas teorías absurdas sobre la evolución, negando que todo ha de tener un hacedor.

-No sé qué quiere que le diga -bisbiseó. En ese momento una pequeña salamanquesa se paseó por la pared y les echó una mirada redonda, apretando sus ventosas.

Y la mujer habló y cotorreó y con vehemencia y efervescencia dejó muy claro que la inercia de las cosas, esa tendencia a permanecer quietos todos los objetos, era una buena demostración de que la materia inanimada, habría permanecido inanimada para siempre…a menos que actuase sobre ella otra fuerza superior, externa.

Gerard, pasmado, apenas sí recordaba con alguna claridad aquello que había estudiado sobre las mutaciones y la selección natural, y levantó los hombros denotando un despiste total.

El del gorro ferroviario cuando el mecanismo se paraba, apretaba de nuevo el botón y todo volvía a ponerse en marcha. Bis…pin…tac…tac.

No obstante Gerard fijó la atención en aquel principio científico que ella manejaba con denuedo. Aquel de la “entropía” que esencialmente viene a significar que todo cuanto existe está sometido a una tendencia natural que siempre va desde lo altamente organizado a su degradación. La evolución supondría un principio inverso.

-Por todo ello …espero haberle demostrado que la primera motita de vida no pudo surgir por sí misma, ya que eso, sería una verdadera tontería. Bis…pin…tac.

Abandonó los cachivaches altanera, y de un golpe se arrancó la peluca y marchó luciendo su cabeza monda y lironda, tipo bombilla. Bis…pin…tac…tac.

(Tomado del capítulo 8 de “Paso Stelvio”. Continuará).

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