Opinión

Mu se hace monaguillo

Estaba muy orgulloso de ser monaguillo. Era su primer trabajo y le daba un placer enorme el hacer algo y cobrar por ello. Bueno, lo que se dice cobrar no era mucho. Los días de la semana el cura no le daba más que los recortes de las formas, pero los domingos, se estiraba algo y buscaba entre las limosnas una moneda de cincuenta céntimos, aquellas del agujero, para cumplir con su salario.

Cuando alcanzó cierta confianza entró en unos diálogos de lo más enjundioso. En una ocasión, con motivo de recibir el sueldo, le propuso al abad que buscase un ratón en aquella moneda con agujero. Dio muchas vueltas, pero leídos los signos de la moneda, no topó con el roedor. Aplazaron la solución al siguiente día en el que algo mosqueado le exigió la solución. El chico se rio mucho y le dijo:

-Es imposible que lo encuentre, pues cuando mira por un lado el ratón se escapa por el agujero para el otro lado. Y si le da la vuelta él escapa, otra vez, por su agujero.

Su madre le preguntó si estaba contento con aquel trabajo tan bien remunerado. La verdad es que aquello que le ocurrió cuando ejerció al lado del hijo del alcalde no le gustó un pelo. Se dio cuenta de que cuando buscó las monedas entre el estipendio y, con cierto disimulo, al chico del regidor le propinó una peseta de papel con un Cervantes pintado y a él, sin disimulo alguno, le atizó la media peseta.

Claro que como decían en aquellos cuentos de Roberto Alcázar: “la venganza será terrible”. No era justo aquello porque él siempre le iba ayudando e indicándole con un guiño de ojo cuando debía tocar la campañilla. A partir de ese día se olvidó de aquellas guiñadas. Aquel chico, perdida la referencia, tocaba la campanilla cuando le parecía y de tal manera que no acertaba una. Se montó un guirigay de muy señor mío, con risas entre los fieles y un broncón de aquí te espero.

Como era un chico de corazón blandito, sintió mucho aquellos escarnios al pobre chavalín. Desde entonces comenzó con él una amistad auténtica, de esas que van desde regalarle una peonza de efecto giroscópico hasta proporcionarle las tapas más bonitas de las gaseosas, para su colección.

La madre le indicaba que para ayudar a misa debía acudir siempre como un pincel. Se quedó pensando, salió por peteneras y le dijo que el clérigo no andaba tan acicalado.

- ¿Cómo dices eso? - le recriminó su madre al tiempo que puso esa cara que sólo saben fingir las madres.

-Pues me he fijado yo en que, en la sotana lleva más lamparones que botones.

No había visto reírse de aquella manera tan exagerada a su madre, ni a su padre.

Un día se bebió un buen sorbo de aquel vino dulce de misa. Y para disimular lo completó con un chorrito de agua. El licor hizo su efecto, viendo las cosas un poco dobles o desfiguradas; arrepentido, avisó religiosamente al preste:

-Y si eso…en el ofertorio no hace falta que le eche esas gotitas de agua al vino, que ya las lleva.

Le gustaba mucho esa vida de monago en la que la gente le mimaba sobremanera al verlo tan guapo y repeinado. En ocasiones alguna vieja con toquilla, le regalaba una perra gorda, un caramelo ya algo pastoso o una estampa milagrosa. En otras, alguna de aquellas mozas tan delicadas, bellísimas y devotas le plantaba un beso purísimo en la mejilla y a él, eso, empezaba… a saberle a mermelada de fresas.

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