Opinión

Ro de la escuela

La directora, pavo de bata blanca, supervisa la entrada. La escuela, aprisco de niños, abre sus puertas y entra la alegría a borbotones mientras las mamás se quedan fuera para que no llenen el colegio de esas babazas, que les produce el saber que sus hijas, siempre, son las más guapas.

Las mochilas son cofres llenos de esperanzas e ilusiones, de un ordenador pequeño, de tres cromos y de dos bocatas.

La maestra flaca llega tarde y mira hacia el suelo para ver si su sombra se alarga bajo la luz débil de la farola que aún dormita en la plaza.

El maestro de segundo, mesa su barba, importante, porque ha comprado un lápiz rojo para que se vea bien donde se esconden las faltas.

Canta la de tercero una tabla monótona. Cantar el dos es fácil pero el nueve se aturulla, se pone tonto y no acaba por quedarse en el cerebro que es una caja de cartón para guardar las matemáticas.

La maestra de quinto explica las fracciones con el dibujo de una barra de pan. Y el niño color de centeno repasa la lección, repasa y repasa. Y sueña con llevársela de deberes para su casa.

Estar en sexto es tener un pie en la educación secundaria y otro en aquel tiempo en el que se está muriendo la infancia.

El recreo es un lago de color azul y las algarabías de los chavales son redondas como las ágoras, y suaves y brillantes y blancas.

Hoy viene el inspector e inspeccionará las aulas. Mirará la tinta en los dedos de las profes, los pañuelos blancos de papel tissue en los bolsillos de las batas; medirá y pesará, el cariño con el que enseñan a todos las chicas y chicos que el mundo es un reloj al que se le han parado las manijas plateadas.

No hay tizas en la escuela, sólo encerados digitales. Los bolígrafos se han puesto tristes y nadie les despierta con aquel dictado de las mañanas. Ya son sólo unos trastos inútiles que duermen en los cajones un sueño horrible de rayas.

Guerra tenía una parra y Parra tenía una perra, pero la perra de Parra rompió la parra de Guerra…Dijo un jeque de Jerez con su faja y traje majo: a todos en juego atajo, que soy jeque y de Jerez… Con cien cañones por banda, viento en popa a toda vela… no surca el mar sino vuela…

Y vuela el tiempo y es la vuelta a casa, y mañana es otro día, otra escuela, otra melodía, y clase a clase, la sabiduría, momificada, es una flor vieja entre las hojas de aquella enciclopedia que reposa rota y desvencijada, desde hace tiempo, en la escuelita, sobre el alfeizar.

Ro de los pequeños, ro de los más grandes, ro de la Geografía, de las Ciencias Naturales, de la Química, de los sustantivos, las raíces cuadradas y los logaritmos.

¡Ro! canta la madre con su niño en brazos. La canción es sólo un viejo ritmo que va y viene. Y entonces el pequeño crece y crece. Y la mamá imagina libélulas, madreselvas, nubes de primavera, algodoneras de azúcar.

Sobre el anaquel aguardan seis libros absurdos y un calendario. Y los globos terráqueos giran cabezones mientras el mundo es sólo un astro desorbitado de colores tostados y ocres.

Ro, ro, ro es una escuela. Y baja por el rio azul en un barquito de papel charol, una forma de educar de otro tiempo y tal vez sea yo, o tal vez tú, o don Quijote de la Mancha, o a lo mejor es ella, la maestra de primero, que se estremece vívidamente… Pura nostalgia.

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