Opinión

Vuelve el frío

Qué frío. Ayer mismo, después de tres días hemos recuperado el agua. Las tuberías que son muy suyas y del fontanero, se abrazaron con aquella helada monumental y nos dejaron a dos velas. Bueno, habría que decir a dos calderos que tuve que coger para traerme, a pie, el imprescindible líquido luego de romper el carámbano de la piscina.

Al verme tan trabajador, cosa harto rara en un servidor, el vecino que ya ha vivido lo suyo, interrumpió mi caminata sobre esa cristalería de hielo en la que se ha convertido el camino. Me explicó que no debía quejarme porque antiguamente era peor. Entonces, me dijo convincente, cuando nevaba es que nevaba y cuando helaba es que helaba. Estupenda demostración de Perogrullo pero que me dejó claro que ante una situación complicada siempre hay que tener en cuenta que podía ser peor, como ya lo fue en aquella época del charlestón.

A nada que me dejé, se puso pin pan y me contó lo que le pareció y que hoy recojo para usted en este artículo de prensa. Opinión, no mía sino del señor que amablemente se empeñó en darme la lección que mi libro de historia, estoy convencido, no traía. Pues esto era, que en una tierra lejana había nevado copiosamente. Imaginé yo una nevada de veintitantos centímetros, pero me corrigió diciéndome, al instante: de más, de mucho más.

Pues esto es, prosiguió, que el señor obispo había venido de a caballo, como hacían antes, a hacer su visita pastoral. No como ahora que hasta creo que tienen chofer (cosa que dijo bajando la voz como manda la gramática cuando se expresa entre paréntesis). 

Pues ocurrió, que mientras firmaba los vistos y plácemes de los libros parroquiales, el día se puso negro como boca de lobo. Un viento huracanado lanzaba por donde quería aquella especie de harina congelada que cortaba el rostro. Ya sabe usted que a veces las cosas se complican y para más inri, aparte de la ventisca, se echó encima, de repente, la noche. Qué podía hacer el bueno de don Recatado sino ofrecerle que se quedase a dormir en la casa parroquial. La pobreza del clero como la del cuerpo de magisterio era proverbial. Vivían, sabe usted, a salto de mata, a cuenta de un par de misas y a veces a los treintanarios que les encargaban aquellos liberales caciquiles que se vanagloriaban de ser ateos pero que a la chita callando iban preparando su alma por si en el juicio final les ponían las cosas tiesas.

Yo le escuchaba con un frío también insoportable y con las manos en los bolsillos de mi anorak. Despréndase usted, me dijo, de los malos pensamientos y no piense mal del curita del pueblo y del señor obispo, si le digo ahora, y se lo confirmo, que tuvieron que acostarse juntos. Y es porque la calefacción no existía y la casa parroquial tenía más agujeros que mi bolsillo. Y así entre avemarías y encogimientos fueron pasando la noche. Ya de mañana, la vieja criada del cura llamó a la puerta.

Tal era el sueño que tenían que aún dormido el cura tocó el brazo del obispo y le dijo:” señora ama alguien llama”. El obispo, aun aterido, contestó: “por favor sor Decrépita, esos modales”.

Mucho frío era aquel, dije yo para salir del atolladero. Y concluyó él mismo: “Era frío amigo mío… y no lascivia, como habrá supuesto usted”.

Hombre… yo…

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