Opinión

El aborto y la eutanasia

Periódicamente, estas dos formas de matar se ponen de actualidad y salen en los primeros planos de los medios de comunicación, debido a que los encargados de organizar nuestras vidas, se les enciende una luz en sus cabecitas y se les ocurre de pronto una nueva idea y, como pasa siempre con las ideas y los ideales, no hay unanimidad, dando paso a la controversia, a la polémica y a la discusión y, como de costumbre, la mitad del personal, aproximadamente, opina que sí, que hay que matar, que matar bien, con las condiciones que se dicten, eso sí, no vale de cualquier forma, no, no, no sea, y la otra mitad, más o menos, dice que no, que no se puede intervenir en esas cuestiones, que lo de nacer o morir no se toca, que es cosa de la naturaleza, de dios, dioses, el destino o asociados.

Cuando las ocurrencias las tienen los que ostentan el poder de organizar el cotarro, nos da la sensación de que no pueden evitar la tentación de intentar corregir los errores, (errores, o a conciencia, con premeditación, a mala leche, vete tú a saber) que, a nuestro pobre entender, tiene la madre naturaleza con sus programadas desgracias periódicas en forma de pandemias, terremotos, tsunamis, volcanes, tempestades y demás sistemas de destrucción masiva, pero, de la misma forma que todavía no se les ha ocurrido dictar leyes (de momento, cualquier día empiezan) para tratar de impedir las inundaciones o la sequía, sí que lo hacen en estos casos, sobre las cuestiones de la vida o la muerte, porque lo ven más asequible y cercano, ignorando que son también cosas que las ha diseñado así la naturaleza y como tal, poco podemos hacer los humanos que no sea conformarnos, lamentarnos o resignarnos con nuestro destino y, en su caso, los creyentes de alguna religión, que para eso las hemos inventado los habitantes de este planeta que llamamos racionales, ponerse a rezar a su dios, dioses, chamanes o profetas. Los otros, los animales irracionales, no creen en nada. Por si hay que aclararlo.

Porque está claro que las cuestiones sobre la vida y la muerte, como diría Pedro Crespo, el literario Alcalde de Zalamea, son cosas del alma, y legislar con nuestras pobres leyes objetivas, que necesitan jueces, pruebas y testigos, sobre cosas del alma, del espíritu, de la moral de cada uno, no es la solución, para eso estarían, en todo caso, los confesionarios para los creyentes, que no necesitan pruebas ni testigos, pero nuestras normas no van a impedir que si una mujer quiere matar a su hijo, antes o después del parto, lo haga, dependerá únicamente de su conciencia y de su voluntad.

 Nuestras leyes podrán servir para que, si ha decidido abortar, no lo tenga que hacer de una forma clandestina y peligrosa, o tener que coger un avión para hacerlo en otros países donde está permitido, pero nada más, como siempre, y en todas las épocas y con todas las prohibiciones, abortará la mujer que quiera abortar, por necesidad, por odio, por venganza o porque le cabrea tener que aceptar esa trampa sexual que, como a otros animales aunque le llamemos irracionales, ha adjudicado la naturaleza a los humanos para la perpetuación de la especie, ya que ella, aquella noche, no quería tener un hijo, quería disfrutar, estaba a gusto con aquel hombre, tía, simplemente, o tal vez la convencieron, la emborracharon o la forzaron, qué se yo, qué sabe ella, duda, está confusa, está perdida, el caso es que entre todos la engañaron.

Ninguna ley humana podrá impedir que aborte una mujer que se lo proponga, en último caso, ningún decreto podrá evitar que se tire por el balcón. Y de paso, aborte.

Lo mismo pasa con el final; con el surtido de juegos florales que el destino, o los/las de siempre, nos tienen asignados a lo largo de nuestra existencia, desde que empezamos a respirar en este mundo de incertidumbres y sorpresas, adjudicándonos las facultades, la salud o enfermedad, el talento, la ambigüedad, la inteligencia o la imbecilidad a cada ser que se va incorporando a la vida, a la hora de la despedida, nos tiene asignados variadas formas de hacerlo; con dolor o durmiendo sin enterarnos, de repente o con desesperante retardo, solo los suicidas pueden elegir la forma de terminar y la eutanasia no es más que un suicidio asistido para cuando no puedas hacerlo.

Y cuando ya no tienes los mandos y los sueños te llevan en volandas por esos caminos entre galaxias infinitas, solo pides que sea lo más suave posible, porque, hasta para morirte, hay que tener suerte.

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