Opinión

Balneario de Las Caldas

Un tal Pablo Fábregas, que procedente de Cataluña trabajaba en la construcción de la línea de ferrocarril Medina- Zamora- Orense- Vigo en la segunda mitad del siglo XIX como ingeniero, descubre varios manantiales de agua caliente en unas zonas del ayuntamiento de Canedo donde infinidad de enfermos bañan sus heridas. Y compra en el mismo varios terrenos pertenecientes a la parroquia de Las Caldas próximas a Santa Ana y cerca del Miño en su margen derecha, sumando unos 30.000 m2, entre La Chavasqueira y el Tintero; aun siendo conocedor de que el trazado del ferrocarril tendría que pasar sobre dichos terrenos a su debido momento.

No necesitó pensarlo demasiado para dar luz a su idea de creación de un singular edificio poligonal destinado a Casa de Baños, aprovechando las aguas termales “descubiertas” en aquel lugar. El edificio incluía en la planta básica y sótano la zona de baños con habitaciones en las que instala lujosas bañeras y todo el servicio para tal cuestión. El primer piso lo destina a comedor y oficinas, y la planta superior para dormitorios de los “bañases”. Dispone además de servicio medico cuyo titular es don Manuel Martínez de Ealo, para atención y asesoramiento de pacientes y clientela. Y en pleno apogeo de actividades cuenta también con coche propio “de caballos” para traslado de clientes a la estación de ferrocarril y viceversa, situada en Puente Canedo.

Curiosamente la casona termal fue construida prácticamente al lado de la vía férrea, que estuvo operativa hasta el año 1952, en que el nuevo trazado de llegada del tren desde Vigo la desvió desde las inmediaciones de Tarascón hasta la nueva Estación Empalme, que por aquellas fechas se inauguraba.

Balneario y recinto, con un arroyo que atravesaba el frondoso conjunto arbolado, con varias especies entre las que predominaban los eucaliptos que daban escolta a la seria “Casona del agua”, formaban un remanso de paz, silencio y recogimiento propicio para misántropos, que solo eso ya era suficiente para curar a los pacientes quejosos que acudían desde lejanos pueblos, en busca del beneficio de los sanativos baños que les recomendaba el galeno.

El balneario, que atravesó una muy larga época de esplendor, en la que la fama de sus aguas era conocida en toda la provincia, pasó por varias manos de dirección de descendientes del señor Fábregas a lo largo de su historia, desde antes de 1870, hasta que lo regentara Don Bernardino Fernández, que se había casado con Doña Narcisa, hija de Don Pablo; disponiendo de diverso personal para encargarse de las atenciones del termal y la finca. Entre ellos dejaron su impronta los caseros, el xeñor Domingo y su esposa, la señora Carmen, a los que sucedieron el señor Pío y la señora Anuncia prácticamente hasta la década de los 60.

Por cierto que una curiosísima anécdota ocurrió en la época en que Domingo estaba de “bañero-casero”. Un día del mes de octubre de 1899, tuvo la idea de dejar constancia para la posteridad de lo que en aquel momento era actualidad, tanto en el balneario como en Orense, e incluso a nivel nacional. Escribió un extenso mensaje en el que detallaba una serie de circunstancias que por aquellos años ocurrían especialmente a nivel de la ciudad de Orense, y eran actuales por diversos motivos, y lo metió en una botella. Luego alojó la redoma en un hueco del tronco de un eucalipto que tenía una hendidura, árbol que él mismo anteriormente había plantado en 1877. Y allí se quedó para la posteridad la botella portadora del mensaje cuyo destino final a través de los años era imprevisible. Con el tiempo, el hueco se fue cerrando y efectivamente pasaron los años.

El destino impuso que por los años 50, en un fuerte temporal, el eucalipto, así como otros varios árboles, fuese derribado por el viento, cayendo al lado del edificio de baños sin causar ninguna desgracia.

Tiempo después, al trocear la madera del eucalipto caído para transformarla en leña, apareció dentro del tronco la botella con el mensaje ante la sorpresa de los aserradores, que no daban crédito a lo que estaban viendo. Una vez leído el curioso mensaje manuscrito que hoy conservan los herederos del sr. Fábregas, éste hacia referencias con bastante detalle, por ejemplo, de que en Orense se estaba construyendo el Instituto del Posío, así como la Casa Simeón; se estaba también haciendo unas reformas en el Puente Romano. Decía igualmente que el alcalde de la ciudad era D. Tomás Fábrega, y que el rey de España era D. Alfonso XIII. Hablaba asimismo de que España había perdido las islas Filipinas, también la de Cuba y otras cosas. El final del documento, de incalculable valor por cómo y con qué detalle estaba redactado, señalaba: “Cuando pasados los años esto sea encontrado, pido a Dios que se haga buen uso de este escrito”.

La instalación comenzó en la primera década de los 60 a ir poco a poco en declive. Y ya por 1970, en total decadencia, se cierra el establecimiento que un par de años después, sumido en el práctico abandono, sufre un incendio, provocando en el sobrio caserón “Do Baño”, como vulgarmente se llamaba, el punto final a la historia de lo que fue sin duda, un importante emblema de referencia termal en nuestra ciudad.

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