Opinión

Comienzos de la playa de Oira

Corría el año 1958; no recuerdo el mes. Era un sábado sobre las siete de la tarde. Mis amigos y yo agotábamos los minutos pendoleando por la calle del Paseo entre el parque de San Lázaro y Padre Feijoo, antes de entrar a ver “Duelo al Sol” en el Losada en “la segunda”, que era como se le llamaba a la función de las siete y media. De pronto, más o menos frente a la Bilbaína, nos aborda un señor que colocándose delante de nosotros me suelta sin más: “Oye chico, ven conmigo que el señor gobernador quiere decirte algo”.

Nos quedamos un poco perplejos; bueno yo no tanto, salvo lo incómodo de la situación en medio de la calle, porque intuía el motivo de la “orden”. El tal personaje estaba parado frente a la puerta del Banco de España, acompañado de una señora y otro caballero más, que resultó ser el secretario, que siempre le acompañaba, además del policía de su escolta que fue el que nos abordó. A mis amigos les indicaron que esperasen un momento un poco separados del pequeño grupo.

No es necesario comentar que por aquella época el gobernador era el máximo exponente de autoridad provincial: “un pedestal con mando en plaza”. Y como tal, por supuesto, respetadísimas sus órdenes, no faltaba más. A parte de eso me acuerdo que era un tío campechano, amable, muy impulsivo y fácilmente entusiasmable; al menos eso me pareció en el tiempo que tuve que tratarle y el a mí, que fueron unas cuantas veces. Callejeaba mucho, era fácil encontrarle paseando por cualquier calle. Lo hacia siempre acompañado del secretario y un “brigadilla” (policía).

Pues a lo que iba. Llegué a su altura, y para empezar, va el tío y me espeta: “Hola chaval. ¿Cómo lleva Mario los planos de la Fluvial?” Le expliqué un poco como iban más o menos los esquemas que teníamos en estudio y dialogamos un pequeño rato, no sin cierto incómodo cosquilleo por mi parte en medio de los viandantes a aquella hora por el Paseo. Me daba la impresión de que me miraban desde todas partes; realmente estaba un poco cortado, todo hay que decirlo.

Tengo que explicar, para que aquello se comprenda, cómo y por qué el gran conspicuo aquél me abordó, que no dejaba de ser un chaval de dieciocho años, en medio de tan popular escenario: la calle del Paseo. El tal D. José M. Quiroga, que así se llamaba, procedía si la memoria no me falla de Madrid para ser gobernador civil de Orense, y era íntimo amigo de D. Mario Coll, ingeniero de caminos, que era a la vez el delegado jefe de una importante empresa constructora, con delegación en nuestra ciudad, donde yo trabajaba, cuando estaban en su apogeo de construcción de saltos hidroeléctricos de nuestro entorno. Ambos entre sí eran íntimos amigos. Resulta que por efectos de esa amistad, quisieron tal vez unir fuerzas y “sentar su cátedra en Orense”, y comenzaron a darle vueltas a la posibilidad de hacer algo importante en el rio; una playa fluvial, para que quedase constancia de la estancia de ambos en nuestra ciudad el día que se fuesen destinados a otra provincia de España. Realmente había algún rumor por aquellos meses de que en aquella zona se podría hacer algo en torno al río.

Mi empresa disponía de una importante oficina técnica en su delegación de Orense. Y en ella un servidor trabajaba en los primeros años de profesión en la delineación. Me acuerdo de dos circunstancias más o menos concurrentes en aquel tiempo: una fue el proyecto de la cubierta abovedada de la tribuna del Estadio del Couto (que aún perdura por cierto), que se había diseñado en nuestra oficina, también por iniciativa del gobernador; y otra, los referidos primeros diseños de encaje de lo que posteriormente sería la playa fluvial de Oira.

En aquella zona del extrarradio que parecía lejísimos, no había más que un fenal de hierba brava con muchos chopos al lado del río, que por cierto discurría lento, y era apropiado tal vez por efectos de la retraída de flujo que se formaba a causa del pedregal situado un poco más abajo del molino y la confluencia por la margen izquierda, del Loña, que con los acarreos aportantes producía a la vez un meandro al Miño, favoreciendo lo que sería en el futuro el entorno de la inusual “instalación playera”. (Más tarde la panorámica cambió por motivo de la presa.)

Asistí alguna vez con el gobernador y el señor Coll a patear el lugar y tomar datos de campo para dibujar los primeros monos esquemáticos para lo que se pretendía. Ambos se ilusionaban como niños con el tema, fantaseando sobre las circunstancias de la “futura playa” que proporcionaría a la ciudad un signo de auténtica modernidad. Por cierto que al comienzo tenía sus detractores. Recuerdo que D. Ángel Temiño, por aquel entonces obispo de la diócesis, cuestionaba “el invento aquel”, y pretendía que al menos se colocase una valla para que los hombres se bañasen separados de las mujeres y niños.

Así fue como dieron comienzo los primeros trazos de viabilidad de “la fluvial”, que en un principio no era más que el acondicionamiento de la ladera derecha natural del río, aportándole arena desde el regato, y la construcción de varios muretes de retención de tierras de las fincas lindantes; además de adecuar el acceso desde la carretera que atravesaba el barrio de Oira. Luego, con el paso de los años llegaron las piscinas y fue creciendo el conjunto hasta convertirse en lo que es hoy. Debemos decir entonces, en honor a la verdad, que los primeros impulsores del “complejo” fueron Quiroga y Coll, y ninguno de ellos precisamente orensano.

Así se fraguaron y se dieron los pasos iniciales de lo que en la actualidad es la playa fluvial de Oira.

Te puede interesar