Opinión

Flashes de aquellos Corpus

Por aquella época, las Fiestas eran mas entrañables que hoy en nuestro Orense. Resulta curioso pensar por ejemplo que el área del habitual “recinto ferial” del Corpus era la que correspondía a la superficie de la Alameda del Concejo, y ahí se limitaba. Allí se instalaba casi todo de lo que íbamos a gozar en los días de la festividad más representativa de la ciudad. Y era lugar suficiente para que los orensanos disfrutasen de toda clase de cachivaches en las jornadas de sarao, concentrando en el sitio todo lo que hacía ruido y se movía por el valor de una peseta el boleto.

Allí se instalaban las tómbolas, los caballitos, los autos de choque, la noria, las barcas, el pozo de la moto, el tren de la bruja, el látigo, las barracas escopeteras, y aun quedaba sitio para el circo de los Hermanos Tonetti, que se colocaba al fondo a la derecha, detrás del edificio de Correos (no estaban la fuente ni la instalación de chave actual), con su carpa y caravana de carromatos. Y el teatrillo de variedades de Manolita Chen, preferido por encima de todo, por los “jóvenes y no tan jóvenes”, que llenaban el incómodo pequeño aforo de asientos de madera en cada función para fijarse más en las piernas de las vedettes y sus voluptuosos movimientos, que en la calidad de su propio ballet, en los continuos pases de actuaciones de la “revista”. Por las mañanas, las chicas (bailarinas) se exhibían “muy recatadas ellas”, dando alguna vuelta por la calle del Paseo, para llamar un poco la atención de los orensanos; y luego por la tarde y noche “actuaban” (en el escenario se entiende) moviéndose a lo Róyale de Danse, de la “moderna gramola” provocando continuos aplausos, y los más provocativos piropos dedicados con alboroto.

Tampoco faltaba la caseta del “Tío de la Bota”, que curiosamente tenia gran éxito con aquel vino aragonés garnacho, que como “exquisito al paladar” vendía en unas garrafitas después de darlo a “catar” a la concurrencia, previo pago del importe, de una “jarrita in situ”. Era muy dulce y tenía mucho tirón, aunque los “entendidos en mostos” decían que valía más el continente que el contenido. Pero daba igual, con tal de que viniera de fuera y tuviera distinto sabor que el tintorro del país, pisado en muxega sobre la bocana de la cuba…

No nos olvidamos de la montaña rusa, que solía ser la atracción ruidosa más sobresaliente; la que producía más griterío; también los puestos de baratijas, barquilleros, heladeros, las churrerías de Lolita y los Hermanos González, ¡e increíblemente aún quedaba sitio para la gente! y nos divertíamos todos. Y algunas veces hasta la Banda Municipal de Música, con el maestro Pinilla a la batuta, daba su concierto en el templete, a las doce del mediodía; ¡y se escuchaba y todo!, a pesar del jolgorio y el ruido que producían los mecanismos de los carruseles.

La Alameda era esos días algo más que un recinto ferial. Suponía el auténtico referente provincial de la diversión; el vuelco y el revuelco de orensanos y forasteros que venían de todas las villas y pueblos en “coches de línea”. Me acuerdo que acudían al Corpus también muchos portugueses. Memorizando, me da la impresión, cuando me doy por allí un paseo, de que la Alameda a través del tiempo ha encogido de tamaño; y si no díganme como era posible.

Bueno, hay que hacer una salvedad con casi lo único que no se instalaba allí: era la Tómbola del Cubo, del señor Moliner, que entre las de su categoría era la que más caché y clientela tenía por aquel entonces, y se asentaba a principios de la calle del Paseo, en Padre Feijoo. Creo recordar que llegó en algún año a sortear un coche, que por cierto exhibían previamente sobre un remolque por las calles de la urbe.

No nos olvidamos de los acontecimientos especiales habituales que suponían sin embargo los “números cumbre del Corpus”, como eran naturalmente la Batalla de Flores que, por cierto, era verdadera batalla de serpentinas y papelillos entre carrozas y público (no como ahora); el trofeo de fútbol en el estadio del Couto para los futboleros, sin duda un auténtico evento que anualmente se repetía, y cuyo copón se exhibía previamente en los escaparates de Barreiros en el Paseo esquina a Capitán Eloy; las verbenas del Jardín de Posío, con las orquestas Rambals, Compostela, Chicos del Jazz, Los Satélites y otras famosísimas en boga. Eso sí, previo abono de la entrada, cuando algunos tratábamos de saltar la valla del recinto para evitar pagarla; y sin olvidarnos, claro, de la procesión y demás actos religiosos que también tenían espacio y momento.

Añado también otra curiosidad: Orense era un núcleo urbano más bien silencioso, pero el ruido mecánico de los carruseles unido a los altavoces tomboleros producía un murmullo que era perceptible en toda la ciudad.

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