Opinión

Ourense de ayer: El gallego y la belleza femenina

Fieles al interés de publicar para nuestros lectores anécdotas, situaciones, vivencias populares, etc., dentro de la sencillez con un léxico acorde a lo que suponen aquellos recuerdos ciudadanos, traemos hoy un par de cosillas más, no necesariamente relacionadas, con la pretensión única de que sirvan de desenfadado e intranscendente, pero agradable comentario entre quienes en nuestra ciudad vivieron de alguna manera aquellas épocas.


Estaba mal visto hablar gallego. Una vez Manuel Fraga fue acompañado por varios alcaldes gallegos para agasajar a Franco en su residencia veraniega del Pazo de Meirás.


A pesar de que los ediles fueron aleccionados antes de entrar, de que había que contestar en castellano si el Caudillo les preguntaba algo, a uno de ellos se le escaparon unas palabras en gallego. Entonces don Manuel, que estaba a su lado, carraspeó ligeramente y con cierta discreción le pisó un pie. El hombre, girando la cabeza hacia él, le dijo en un tono bajito: “Non se preocupe,… non foi nada, non foi nada”.


Hoy aquel flash de Fraga se recuerda como anécdota, pero viene al caso. Hablar gallego en nuestra ciudad (como en el resto de Galicia) no estaba bien visto, todos lo sabemos. Se justificaba solamente a los “aldeanos” por su “carencia de cultura”. ¡Qué error, lo que son las cosas! En la actualidad, incultos seriamos la inmensa mayoría, porque afortunadamente, aunque no lo escribimos correctamente (al menos quien pone el nombre a este articulo), lo hablamos para entendernos y conservarlo como el primer tesoro original gallego.


Me viene a la memoria una parrafada que un buen amigo me echó un día: “Para que todo evolucione con normalidad, todo tiene que retroceder antes normalmente”. La oración parecía de sentido contradictorio en sí misma, pero ciertamente tenía razón. De los primeros años de la década de los 40 venia la desafortunada desautorización para expresarnos los gallegos en el idioma de Rosalía. Por eso era impensable haberse podido aprender su importante gramática en la escuela. Retrocedíamos en el enriquecimiento cultural lingüístico que habíamos tenido hasta ese momento. Luego, la evolución normal del ciudadano, fue poniendo despacio las cosas en su sitio. La frase de mi amigo la dejo aquí, y que cada lector la interprete según su respetable pensamiento. Lo que sí creo es que un poco por aquella lealtad de los “aldeanos gallegos” a los que tanto debemos, y además por la fidelidad y llaneza de los orensanos de la urbe, nunca hemos dejado pensar y expresarnos en el idioma de la tierra orensana. Por tanto “evolucionábamos con normalidad, cuando al menos, y por imposición, muchas cosas retrocedían normalmente”. Mi amigo tenia un poco de razón.


Aquellas rapazas rollizas. Los gustos y el estereotipo de modelo femenino desde antaño a hoy se diversificaron sustancialmente. Más bien se puede decir que se ampliaron las apreciaciones. Nos referimos a la mujer orensana entonces en “boga”. Se veía bien en ella un físico que no fuese escuálido, sino mas bien amplio en cuerpo y curvas, que parecía que denotaba hasta “más salud”. Si llenaba sobradamente la falda plisada que en aquel tiempo tanto se llevaba, eso sí, casi por el tobillo.


La mujer gordita tenia éxito sobrado entre la población masculina, que valoraba muy positivamente tal circunstancia. Solía ser por ello piropeada a veces con los más exagerados “requiebros desde el andamio”.


Nos acordamos también que “los mayores”, cuando se referían a una moza rolliza en alguna conversación, solían decir “eche unha rapaza de moi boa presenza”. Parece que algo habría tenido que ver con que la década de los 40 no había sido precisamente abundante en alimentación, y las féminas eran más escuálidas. Por eso propiciaba comentarios positivos, el hecho del modelo femenino, si éste era abundante en carnes. Quizá era por ello por lo que se le daba más importancia al aspecto lozano de las señoritas; de ahí venia aquello de “debe ser de boas familias; xa se ve que non pasou fame”. Y no es que se pronunciasen de forma jocosa en la apreciación personal.


De las dos situaciones heterogéneas que hemos hilvanado en esta columna, concluimos que aun no teniendo nada que ver una con la otra, si suponían coincidencia en aquel tiempo, y eran curiosidades de una época en que los orensanos tratábamos de evolucionar con normalidad, a pesar de haber tenido un prolongado momento de impasse o de retroceso, debido a las cortapisas que en el camino nos encontrábamos. Eran los años 50-60

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