Opinión

Romería de Cova do Lobo

Eran, y siguen siendo, tres las romerís a las que es de obligado cumplimiento acudir año tras año, cosa normal en cualquier ourensano que se precie: los Gozos, los Milagros y San Benito. Hoy toca Coba de Lobo, a donde subiremos cantándole: “San Benitiño de Coba de Lobo/ ei de ir alá miña nai, si non morro./ Ei de levar unha bota de viño/ pra convidar o San Benitiño”. Festividad que se celebra el 11 de julio.

Por los finales de los años cuarenta, los chicos nos reuníamos en la plazuela antes de que amaneciese, y ya en pandilla, estábamos obligados a acercarnos hasta el Jardín del Posío, a reunirnos con las chicas, mis hermanas y sus amigas. Por aquel tiempo ellas no tenían autorización de nuestros padres para ir solas ni a la verbena ni a la romería, y ya las había acompañado para poder ir a la verbena. A esas horas terminaba el baile, y allí se pasaron toda la noche. Algún año, por este día, coincidía con la celebración de la Verbena de la Prensa.

Ya éramos un buen grupo, formábamos una buena padilla. Nos poníamos en marcha cruzando el puente de la carretera de Marcelo Macías, ya en la Carballeira. Subíamos hacia la casa de mi compañero en el Colegio Sueiro, César “Mascarón” (ya fallecido) por donde hoy está la iglesia de la que es su párroco Don Bruno Fuentes, y ya camino de Cabeza de Vaca, pasando por delante de la casa de la señora Ermitas, aquí también se celebraban animadísimos bailes. Ya había amanecido cuando entrabamos en el pueblo de Parada, del que se dice: “En Parada,/ non da nada;/ en Piñor,/ ainda pior./ En Mugares/ non te pares,/ e en Toén,/ corre ven”.

A partir de aquí no había más casas, todo era subir, subir monte arriba, por senderos y en algún momento trepando. Ya no íbamos solos, aquello era una riada de gente. Llegados a la capilla del santo, estaban los que madrugaran más que nosotros esperando para asistir a la misa de siete. Las calderas ya estaban al fuego calentando el pulpo, y muy bien situados, los puestos de las rosquillas, las auténticas y famosas rosquillas de Ribadavia, las que se vendían por docenas, que traíamos introducidas en una pequeña vara.

Asistimos con devoción a la primera misa presentando nuestras peticiones, y las que se nos habían encomendado, al santo de las verrugas y, claro, la limosna correspondiente. Terminada la misa había que reponer fuerzas, tocaba comer el pulpo. Las chicas rompían el protocolo, comían el pulpo bebiendo agua, cosa prohibida en aquellos tiempos. Solo en una ocasión me acerqué hasta “O Tangaraño”, me impresionó mucho ver aquella gente dando gritos y pasando por debajo del “penedo” a enfermos y tullidos. A mediodía bajábamos hacia la capital satisfechos, alegres y cantando.

Como comenzamos cantando, terminaremos citando el dicho popular y que no se nos molesten los vecinos de esas localidades, en donde gozo de tener buenos y estimados amigos, lugares en los que se extrae de sus canteras la famosa y hermosísima piedra que tanto hacen lucir los monumentos, las calles y las casas de nuestros pueblos y, por supuesto, de la capital: “Trelle,/ Trellerma,/ Xestosa/ e Mugares,/ que leve o demo/ a esos catro lugares”.

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