Opinión

¡Y la vida sigue!

Alguien dejó sabido que, por el bien de nuestra cultura, hemos de instituir inmediatamente una gran costumbre, cual es la de reaccionar con métodos nuevos ante cada nueva situación. Tras 48 horas de resaca informativa y fastos futbolísticos, se volvió a la realidad cotidiana; y a pensar cómo sacar adelante a la gente de este país. La euforia y las celebraciones, aunque nos hicieron olvidar por momentos la realidad, y nos envolvieron en un irreal optimismo sociológico y generalizado, al final todo regresa a su crudeza natural. ¡Y vaya si no sucedió así! Volver a sufrir los problemas coyunturales y estructurales, cotidianos y endémicos del país después del éxito futbolístico, me recuerda a la misma Brasil de antaño, cuando los habitantes de las 'favelas' también obviaban su triste cotidianeidad, desbordando las calles al regreso de su selección con el mundial conquistado.


Y como, a falta de pan, se puede vivir de ilusiones mediatas y mediáticas, a la resaca del éxito deportivo le siguió el Eebate sobre el estado de la Nación que, si pretendemos ser objetivos, esta Nación no pasa por su mejor momento: ni a nivel político, ni económico, ni de respeto a la justicia, ni democrático, dicen algunos. Entre otras consideraciones habría que discurrir de qué Nación estamos hablando. Pero Zapatero nos lo simplificó al referirse en sus intervenciones a dos naciones nada más: España y Cataluña.


Ahora sí, si ya de entrada escuchamos la voluntad expresa del presidente con lo de 'voy a seguir cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste', se pueden preguntar para qué vale y sirve todo lo que se diga y ocurra en las naciones a partir de ese momento: el empecinamiento antropológico es una máxima. Y contra esto hasta los dioses luchan en vano. Quizás remeda Zapatero a Luis Aragonés, cuando a éste se le pedía el cese, pero anunciaba que seguiría pese a todo y a todos. ¡Y al final lo consiguió! Pero Luis tenía moral, y el presidente sólo ganas de que escampe y, mientras tanto, a enredar en declaraciones, promesas e intenciones, según el momento.


Hace doce meses Zapatero nos enseñaba el camino: para salir de la recesión era necesario un impulso fiscal; y lo que no haría es abaratar el despido o recortar derechos de los trabajadores, ni se produciría ninguna reforma laboral, porque el grupo socialista no aceptaría. Al estilo del manual del mal gobernante: da las respuestas que la gente desea oír y las que menos desgaste le causen, que el tiempo es el mejor anestésico del mercado.


Desde el Debate del estado de la Nación del año pasado se han destruido 700.000 empleos, se han cerrado 35.000 empresas, el déficit se ha disparado hasta el 11%, la deuda ha crecido a más de cien mil millones, ha descendido el bienestar, etc. Hoy estamos con la congelación de las pensiones, disminución del sueldo de los funcionarios, abaratamiento del despido, aumento del IVA y, sobre todo, Zapatero ha dejado al descubierto la escasa lealtad de los compromisos que firma y afirma. Y una arbitrariedad que refleja la auténtica medida de su pretendida sensibilidad social, que ha hecho que los discursos inspiren menos confianza que las acciones.


Por eso lo de reaccionar distinto delante de cada nueva situación, es lo que cabría esperar. ¡Pero, qué va! ¿Qué aprendió, entonces, de la política?: un modo más conveniente ?que no convincente- de contar las cosas. Y, a poder ser, a esperar otro éxito deportivo que dé tregua.

Te puede interesar