Opinión

¿Cuántas vidas hay?

Aunque no tengo gato, a mi ventana acude de vez en cuando un minino negro que se queda mirándome fijamente y al que ya he adoptado como visita habitual, ofreciéndole algún que otro alimento que él degusta. Lo observo, eso sí, manteniendo las distancias para que no huya y pienso si también acudirá a mi ventana cuando no estoy. Nos miramos durante mucho tiempo y creo que ya nos entendemos, pero me gustaría saber qué piensa de mí. Yo de él muchas cosas, aunque en los últimos tiempos me he obsesionado con eso de las siete vidas. Y buscando una razón lógica a este pensamiento más bien mágico, descubro que lo de siete no es inamovible, en otras culturas le otorgan nueve o seis, así que me rindo ante la evidencia de que tiene sólo una.

Pero, ¿es eso cierto? Y nosotros, ¿tenemos una sola vida? Supongo que eso depende de cómo se contabilice. Si se establece vida como el tiempo que transcurre entre nacer y morir, evidentemente no pasamos de una, al margen de que cada quien le añada los infiernos o cielos que crea convenientes. En cambio, si consideramos como una vida la experiencia, las sensaciones, los encuentros y las despedidas, los lugares y las miradas, el número aumenta. Cuando eres pequeña desconoces la amplitud del concepto, vivir es jugar y anhelar ser mayor. Cuando eres mayor, pero joven, consideras que ya has conseguido atrapar la vida y que sólo habrá ligeros cambios sobre un camino que crees ya has trazado en su boceto definitivo. Pero no es la misma existencia la que tienes mientras mantienes la mirada buscando horizontes por descubrir que la realidad que te ata a un territorio y a un trabajo.

La vida no es igual, por mucho que Julio Iglesias cantara lo contrario, mientras a tu lado están las personas necesarias que te han guiado siempre que cuando las sillas preferentes se quedan vacías y sientes con amargura que comienzas otra andadura. No es la misma vida la que recorres a saltos y con música compartida con amigas en noches absolutas de risas y pocas preocupaciones que la que te sorprende una madrugada cualquiera con un biberón en la mano y llantos de bebé, mientras te preguntas cuándo conseguirás volver a dormir y te preocupas por ese recién nacido que es tu hijo. No es la misma vida la que comienzas a degustar acompañada por las primeras veces que la que llama a tu puerta repleta de últimas oportunidades, aunque tú aún no lo sepas.

Así que miro a mi gato que no es mi gato y creo que él también piensa en mis vidas, porque tiene cara triste y sospecho que le doy pena. ¿Sabrá cuántas me quedan?

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