Opinión

Te cuento

Te cuento. Por las noches pienso en todas las cosas que haré por la mañana. Tumbada en el sofá con el televisor al fondo proyectando productos que me dicen necesito; debates intensos de expertos vacíos o  películas que no son capaces de atrapar mi atención, hago planes para el día siguiente. Sin sueño, merodeo por todas las horas que llegarán y visualizo una jornada intensa y derrochadora de energía. Te cuento que eso me pasa por las noches, cuando descubro que el día  se parece demasiado al día anterior. Después llega la mañana y la cama me sujeta con ansias para no sentirse abandonada. No me resisto en exceso y acepto dedicarle unos minutos más que acaban por completar una hora. Mientras tanto, vuelvo a repasar la ingente cantidad de cosas que haré. Y como resultado, me canso. Así que cuando ya no hay más excusas que ofrecerme a mí misma, me incorporo agotada y me dispongo a encarar esa lista de tareas, escrita mentalmente durante la noche y que ahora se me antoja inabarcable.

Debo decidir por dónde empezar y cruzar los dedos para ser capaz de seguir. La indecisión se hace cada día más fuerte y todo son titubeos. Así que estreno, como mínimo, cinco comienzos diferentes que son abandonados a los pocos minutos, en una mezcla de aburrimiento y duda. Finalmente, y sin apenas darme cuenta, una de las tareas se ha impuesto y todo se centra en que llegue a buen fin para poder continuar con los siguientes turnos que aguardan para hacerse realidad. Te confieso que muchos llevan esperando ya semanas y se están resignando a un eterno aplazamiento. Cuando consigo tachar una de las auto impuestas tareas de esa enumeración repetida cada noche, paro, descanso y continúo parada. Rara vez acontece el encadenamiento de trabajos. Prefiero abandonarme a un amante sofá y convertirme en una Escarlata sin ápice de glamour que se repite a sí misma convincentemente: “Después de todo, mañana será otro día”. Te diré también que no hay música. Elegir intérprete, canción o listas se ha vuelto un obstáculo insalvable y, además, las letras se desvanecen en una falta total de concentración para volver al principio: al silencio. Lo mismo me sucede, día sí y día también, con los libros. Leo y releo las palabras que forman frases y construyen historias de emociones y regreso siempre al vacío inicial, buscando entender porque ahora me pierdo en un primer párrafo que no consigo descifrar. Te cuento que no me concentro y te cuento que estoy cansada de estar cansada. Te cuento que la lista crece y las ganas decrecen. Te cuento que te lo cuento desde el sofá del que soy rehén. Pero, querido patio, confío en que mañana será otro día. Ya te contaré. 

Te puede interesar