Desde hace algunos meses he visto y oído críticas muy severas a la acción de Greta Thunberg. Estos días, tras su viaje en velero a Nueva York para participar en la cumbre de Naciones Unidas y, en concreto, tras su discurso, he leído numerosas opiniones en las cuales se la atacaba.
Los motivos de este ataque son varios: si detrás de ella hay intereses empresariales de impulsar un cambio hacia una economía verde, que está manipulada, que su discurso no era acorde a la situación....
Después de analizar sus palabras lo que me transmite es preocupación. Preocupación ante los miles de artículos científicos y datos que nos dicen que la situación es muy inquietante y que de no hacer nada el futuro es imprevisible.
Así es nuestro mundo: se convocan huelgas para que no pongan deberes a los niños; cuando nunca tanta información científica hubo a disposición, se decide no vacunar haciendo que resurjan enfermedades que se tenían controladas...
Cuando una niña se preocupa por el futuro de la civilización, hace un discurso en el que se emociona y se enfada por la inacción de los gobiernos, editoriales de opinión y redes sociales salen en masa a criticarla y a decir que debía estar en el colegio y que su discurso fue demasiado. A mi no me molesta Greta, no está haciendo nada malo, todo lo contrario, se está preocupando por todos nosotros, pero la realidad molesta.
Molesta su discurso, molesta que a una niña le duela que su vida en la Tierra y la de sus coetáneos está en juego. Molesta porque es capaz de hacernos pensar y de remover esas conciencias que justificaban su inacción debido al silencio mediático que, por fortuna, se ha convertido en un ruido que parece les resulta insoportable.
