Opinión

Escohotado: un Estado soberano

Se le han cerrado los ojos definitivamente a aquél que decía que “la forma más ética de estar en la vida es estar con los ojos bien abiertos persiguiendo la libertad”. Pero lo más relevante de Antonio Escohotado no eran sus ojos, si no su cabeza, su pensamiento. Las reflexiones y el legado del que puede ser uno de los eruditos españoles (no le gustaba que le llamasen intelectual) más importantes de las últimas décadas, nunca perecerán.

Reconocía que le había costado pensar que no era de izquierdas, algo ciertamente lógico para alguien que había iniciado su formación en los años 40. Llegó incluso a intentar alistarse en París para luchar en Vietnam contra el imperialismo yanqui-capitalista. Identificaba como izquierda todo aquello que era afín a la bondad, a la humanidad, a la benevolencia hacia los demás,… Todo lo que pensaba que carecía la derecha. Sin duda era un hombre bueno, pero llegó a la conclusión de que para desear el bien al prójimo, el marxismo fracasaba estrepitosamente. Había que ser eficaz, así que abrazó ya para siempre el ideal político del liberalismo. Para él, sin libertad no había nada. El objetivo número uno era erradicar la pobreza y el único camino, la expansión de las ideas de la libertad.

Tenía gran respeto por aptitud intelectual, por el mérito y el esfuerzo, y pensaba que la propiedad era consustancial a la libertad; siempre, claro está, cuando ésta estuviera obtenida a través del libre comercio, y de forma legal y pacífica. Nadie ha escrito nada igual a su monumental trilogía “Los enemigos del comercio”.

La propiedad más primigenia, lo más íntimo es el propio cuerpo. Por ello se sintió libre para probar e instruirnos sobre las drogas desde su propia experiencia; aquella de los excesos y que le provocó no pocos vetos en televisión. ¿Drogas? Principios activos de las drogas mejor dicho. “De la piel para adentro, mando yo. Ahí empieza mi exclusiva jurisdicción, y sólo yo elijo si quiero cruzar esa frontera. Soy un Estado soberano”. Cada una de sus expresiones era una excepcional muestra de lucidez y sabiduría.

Observador, buscador de la verdad, se cuestionaba absolutamente todo. Cuando se desembarazó de las ideas comunistas de su juventud, que después llamaría meras “supersticiones”, se abrazó a las ideas del liberalismo clásico. Se había dado cuenta de las verdaderas razones por las que había sociedades que progresaban y otras no. Pero nunca fue un dogmático, no se encasilló en esta o en aquella otra vertiente del liberalismo, ni era “anti” nada. Simplemente, la libertad como algo intrínseco al progreso de los individuos.

En sus dos asistencias al Foro La Región, Ourense pudo disfrutar de su presencia en vida. Ahora con sus libros, sus palabras y sus reflexiones disfrutaremos para siempre de una personalidad extraordinaria.

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