Opinión

Marta "cool" de España

Es probable que, como muchos dicen, España sea un país fuertemente envidioso, en el que el éxito empresarial siempre estará señalado por aquello que se le atribuye erróneamente a Balzac: “Detrás de toda gran fortuna hay un crimen”. La envidia es el pecado capital que no hace más que hacer grandes los logros del prójimo en detrimento de los propios. Es decir, un reconocimiento monumental de la mediocridad.

Las donaciones de Amancio Ortega a la sanidad pública y diferentes organizaciones asistenciales son sistemáticamente maldecidas por la izquierda anticapitalista que campa por el escenario mediático, político y, tristemente, gubernamental español. Afean sus prácticas filantrópicas acusándolo de utilizarlas para blanquear sus elusiones fiscales, que mal tildan de evasiones. Pero solo se me ocurren dos circunstancias en las que las donaciones pueden ser reprochables: cuando se reciben a cambio de la concesión de contratos públicos y cuando llevan delante las palabras “impuesto de”. Las de Ortega y las de quienes, como él, poseen grandes fortunas que comparten en alguna medida con los sectores más vulnerables de la sociedad, en ningún modo han de ser sospechosas de nada.

El pasado fin de semana, con retraso justificado, visité en La Coruña la exposición del genial fotógrafo Peter Lindbergh que la recién nombrada presidenta de Inditex organizó, patrocinó y regaló a la ciudad para homenajear a quien hace apenas tres años se había encargado fotografiarla en su propia boda. La instalación es una joyita de la arquitectura urbana, de la estética, de la ambientación y del arte con mayúsculas. Tal como promovía Lindberg, las mujeres había que fotografiarlas sin artificios; liberadas de la esclavitud que supone la búsqueda permanente de la perfección. Casi como lo que han decidido aquellos que suman a sus vidas la belleza y la sensibilidad artística, despojándose de la ordinariez de estar permanentemente rodeados de mega coches, mega yates y mega pelotas. Cada cual es libre de aficionarse a lo que quiera, pero lo que demuestra la heredera del imperio textil con esta iniciativa es que lo intelectual y lo artístico no le es, en absoluto, ajeno. Ha hecho una maravillosa recuperación de un espacio degradado y olvidado por la mayoría y ha regalado a la ciudad una exquisita experiencia artística, visual y estética. Otra forma de altruismo, de generosidad, que convirtió por unos días a la vieja cementera en uno de los barrios más “cool” del momento. Que nadie lo pare.

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