Opinión

Gladiator

Como me he visto obligado a un doble confinamiento de más de veinte días por culpa de un estúpido esguince en el tobillo, he tenido la oportunidad de tragarme un montón de películas en ese tiempo.

El otro día, zapeando, me encontré en un canal con la película “Gladiator”. Dado que esa película ya la había visto y es infumable y menos creíble que una moneda de tres euros con cincuenta, solo vi un par de minutos y enseguida me pasé a mi dvd con “Antes que anochezca”, el fabuloso biopic de Reynaldo Arenas protagonizado por un impresionante Javier Bardem y dirigida por Julian Schnabel.

El caso es que el breve fragmento que vi de “Gladiator” es aquel en el que Cómodo (Joaquín Phoenix) asesina a su padre Marco Aurelio (Richard Harris), el César, cuando descubre que Marco Aurelio pretende dejar el trono a Máximo (Russell Crowe) en lugar de a él.

Bien. La película ya digo que es infumable. Mucha ambientación falsa y muchos efectos especiales de cachondeo en plan Marvel, pero “ná de ná”. A cualquiera que haya leído un mínimo de autores latinos o sobre la historia de Roma le parecerá una castaña similar a aquellas fastuosas y ridículas producciones de Hollywood tipo “Cleopatra” o “Sinhué el Egipcio”. Vale para entretenerse supongo, pero, y de esto estoy seguro, vale sobre todo para hacerse una idea totalmente absurda y errónea de lo que fue aquello.

Sin embargo en ese fragmento que vi había algo interesante que me llamó la atención y que sí tiene que ver con la realidad política de aquel imperio romano, o con la de nuestros reyes godos, o con la de la corona de Inglaterra durante siglos: la sucesión por asesinato. Algo que le gustaría, digo yo, a Thomas de Quincey, y quizás fuera una buena idea idea también para nosotros hoy.

Por ejemplo, Nadia Calviño podría asesinar a Pedro Sánchez, y acto seguido Yolanda Díaz asesinarla a ella. Sería un buen plan. Isabel Díaz Ayuso podría asesinar a Pablo Casado y a continuación acabar estrangulada por José Luis Martínez-Almeida. Oriol Junqueras, ese tapado, podría envenenar a Gabriel Rufián, esto casi resultaría como una absurda escena de “El León en Invierno”, esa maravilllosa película dirigida por Anthony Harvey en 1968 en la que el imbécil de Juan Nadie quiere cargarse a su hermano Ricardo I.

Por venirnos a casa, Ana Pontón podría liquidar a Feijoo (un buen truco muy gallego sería que el presidente de la Xunta apareciera ahorcado en plan suicidio en un galpón, es una idea que doy).

Con las mismas, Felipe VI podría asesinar al rey emérito para quitarse unos cuantos problemas de encima de una vez, de un plumazo. Y después Leticia o su hija la infanta Leonor (Leonor de Aquitania) cargárselo a él.

Y así podríamos seguir hasta el infinito y más allá. Imaginando y asesinando.

No me digan que la política vista así no resultaría mucho más entretenida. ¡Dónde va a parar!

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