Opinión

Ione no es Félix

Como propietario de millones de mascotas a las que piso y mato sin querer o deliberadamente con la aspiradora todas las semanas, me refiero a los ácaros que pueblan las alfombras de mi casa, no puedo estar más en desacuerdo con Ione Belarra y sus delirantes ideas sobre los derechos de los animales.

Por si eso fuera poco convivo con un pequeño cuadrúpedo ladrador que se llama Atticus como el protagonista de “Matar a un ruiseñor” si bien en este caso, a diferencia de con los ácaros no tengo la menor intención de matarlo. Al contrario, es mi compañero, mi amigo, y lo quiero con locura.

Ignoro si la señora Ione Belarra tiene mascotas, pero lo que sí tengo claro es que ella no es Félix Rodríguez de la Fuente.

Félix tuvo un montón de animales, aves de presa, lobos por supuesto, cuervos, e incluso una nutria gigante en Venezuela, lo que ya es una mascota tipo máster del universo, no todo el mundo puede tener una mascota así.

Yo siempre he tenido animales en casa empezando por mí mismo. Y además, humanos aparte, he tenido de chaval varios perros, una tortuga, un galápago, un erizo, un canario, un hámster, un ratón blanco, una golondrina, un pato, grillos, escarabajos, ranas, lagartijas, un abejorro, cinco peces, y un sinnúmero más de animales cuya relación pormenorizada me ocuparía mucho aquí. A mí de crío los animales se me pegaban como a un personaje de una novelita de aventuras juveniles de Enid Blyton. Los llevaba en los bolsillos pero no porque los tuviera encerrados, sino porque ellos no se querían ir.

Siempre los cuidé cariñosamente a todos creo, pero nunca pensé que tuvieran derechos. Claro que yo era un niño y un niño no sabe nada de eso.

En mi edificio, un edificio normal del centro de Vigo, hay actualmente que yo sepa seis perros y una gata. Seguro que hay más gatos que no conozco ya que los gatos no salen de casa y no los ves. Un vecino tuvo durante años un conejo de esos gigantes, aunque tampoco lo vi nunca. Cuando el mamífero lagomorfo murió, mi vecino no hacía más que llorar cada vez que me lo encontraba en el ascensor y contarme cuánto habían querido él, su mujer y sus hijos al maldito conejo. Eso sí que son derechos de los animales y no las tonterías de Ione Belarra.

Siendo yo niño mi madre tenía una amiga a la que visitaba a veces. En aquella casa tenían una pareja de periquitos. A mí me encantaba ir allí porque los periquitos no estaban en una jaula sino sueltos. Tenían un nido en la pared de la cocina con una repisa delante. Cuando al mediodía llegaba el marido de aquella señora los periquitos se ponían a saltar y aletear, y sobrevolar la cocina y el pasillo alegremente gritando: ¡Hola Aníbal, hola Aníbal, hola Aníbal!

Yo a Ione Belarra le regalaría un periquito.

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