Opinión

Las lecciones del cholismo

La simpatía que despierta el Club Atlético de Madrid entre la parroquia deportiva española es transversal: en el reconocimiento de sus éxitos más recientes, que podrían agrandarse hasta auparlo al lugar que -por entidad e historia- le corresponde en el panorama europeo, confluyen las dos Españas futbolísticas. Aficionados, tertulianos y medios de comunicación -merengues y blaugranas- elogian a ese vecino pobre aún cuando su irrupción en escena suponga una amenaza evidente para el bipartidismo que tradicionalmente ha caracterizado a nuestro Campeonato Nacional de Liga. Quizá por combatir la expresión deportiva de la dicotomía -económica, social y, sobre todo, política- en la que, de manera permanente, parece sumido el país.

Ahora bien, el laurel actual esconde una evolución controvertida que resulta, aunque a otro nivel, un tanto familiar. Como en la economía española, a orillas del Manzanares se vivieron años de burbuja y excesos culminados con la intervención de sus finanzas y la designación de un administrador judicial. La presencia de los hombres de negro en la casa atlética coincidió con su descenso al infierno (Segunda División). A lo que siguió una recuperación tortuosa que sólo el retorno de Diego Pablo (el Cholo) Simeone, esta vez en calidad de entrenador, logró apuntalar. De su “partido a partido”, que sintetiza la estrategia para la consecución de retos, individuales y colectivos, convendría extraer lecciones.

Con una dosis envidiable de motivación, y en apenas dos años, el Cholo hizo de una amalgama débil de jugadores -carente de identidad y en puestos de descenso- un grupo compacto, unido y solidario que -conocedor de sus limitaciones, pero también de su talento- se sabe responsable único de su destino. Y demostró, de paso, que una gestión acertada trasciende el volumen presupuestario: consiguió sus objetivos, con un coste cinco veces menor que el de sus principales competidores, tras reinventar un producto vintage de las huestes rojiblancas, como es el fútbol físico; de pizarra, velocidad y contragolpe. Pero el cholismo es todavía más. Es concentración, sacrificio y esfuerzo donde hubo pelotazo; es confianza y autoestima donde cundían la fatalidad y el desánimo. Es aspirar a los derechos sin rehuir las obligaciones. Es ilusión labrada desde la humildad. Y es liderazgo. Y es cambio. El cholismo es, en definitiva, buena parte de lo que falta en un país como el nuestro, que ya crece y se recompone mientras, paradójicamente, se agranda la crisis.

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