Opinión

El show de Draghi

Quién no recuerda “El show de Truman (una vida en directo)”? ¿Aquella película dirigida por Peter Weir que evocaba un Gran Hermano de cierta dimensión dirigido por Christof (Ed Harris) y que sólo su ingenuo protagonista, Truman Burbank (Jim Carrey), parecía desconocer? Tuvo tres candidaturas a los Oscar, entre las que se cuenta la relativa al mejor guión original, por el desarrollo de una versión pin-up de la alegoría de la caverna, de Platón, que bien se podría aplicar al devenir europeo desde la irrupción del euro; hecho que, curiosamente, tendría lugar apenas unos meses después del estreno de aquel film.

Como en Seaheaven, la isla ficticia de la que Truman no había logrado salir jamás, la vida cotidiana de la eurozona ha sido filmada a diario, y retransmitida a la audiencia mundial. Si en su fase inicial, este reality show monetario parecía haber resuelto, en un idílico decorado de bienestar y certidumbre, la tensión que tradicionalmente han impulsado en Europa los envites proteccionistas, con la irrupción de la crisis ha provocado hechos y fenómenos económicos y sociales que no contemplaba el guión original. La pobreza, el desempleo, la precariedad y, en general, la desigualdad han pasado a formar parte de un atrezzo urbano que, aún hoy, resulta extraño en esta parte del mundo. Al tiempo que crecen, a izquierda y derecha del electorado continental, las opciones más extremas y populistas, contra las que parecía vacunada la ciudadanía europea.

Con tal telón de fondo, las instituciones comunitarias parecen haberse conjurado para recuperar el texto del guión original, aunque adaptado necesariamente a las nuevas circunstancias. De manera especial el BCE, cuyo presidente -Mario Draghi- ejerce -para el caso- el papel de Christof. Así, como Seaheaven, Europa también flota en un océano simulado de liquidez casi gratuita, con todo asimétrica en su disponibilidad: si para unos depende sólo de pedirla prestada, para el resto de que se restablezcan su solvencia y capacidad de pago. Con independencia de las medidas, de su grado de acierto y del margen de maniobra que todavía resta por explotar, lo verdaderamente relevante es que se trata de un entorno artificial, al arbitrio de su creador y de lo que -como en todo reality- demanda la audiencia.

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