Opinión

Tsipras y letras

En general, todos conocemos el contenido de Cifras y letras, programa de televisión con dos concursantes enfrentados cuyo formato responde a una mecánica relativamente sencilla: consta de dos tipos de pruebas, una numérica y otra de letras, a desarrollar durante un tiempo limitado. En la primera se presentan números al azar con los que -a partir de sumas, restas, multiplicaciones y divisiones- es preciso alcanzar una cifra concreta. O aproximarse, en su defecto. En la segunda se presentan, con selección también aleatoria, letras con las que habrá de formarse una palabra que incorpore el mayor número posible de ellas. En su versión griega más actual, lejos de combatir, los concursantes colaboran, con un reparto de papeles bien definido y caras ya familiares. Yanis Varoufakis, el mordaz ministro de finanzas del nuevo gobierno heleno, afronta la prueba de números. Y Alexis Tsipras, su primer ministro, la de letras.

A Varoufakis corresponde dar con la aritmética que permita cumplir las promesas electorales y del primer consejo de ministros, sin renuncia unilateral a las reformas y obligaciones comprometidas por sus antecesores. A sabiendas -primero- de que fueron alcanzadas de mutuo acuerdo con sus socios, que son, además, sus principales acreedores: incluido el BCE, la eurozona acumula el 66% de la abultada deuda griega (176% de su PIB). Segundo, de que el propio BCE ha evitado en diversas ocasiones un corralito bancario en aquel país. Y -tercero- de que una política fiscal y presupuestaria expansiva como la que se pregona, requiere de recursos y financiación adicional en un país todavía incapaz de acceder a los mercados de crédito en condiciones razonables. Como en el concurso, la estrategia inicial de Varoufakis pasa por dividir socios y sumar apoyos con la finalidad de restar deuda y multiplicar promesas.

En cuanto a Tsipras, dedica buena parte de su frenética agenda a recorrer las cancillerías europeas a priori más afines con el ánimo de reunir, alternativamente, las vocales y consonantes de la única palabra que sacará a su país del trance histórico en el que se encuentra sumido: crecimiento. Resulta cuando menos curioso que el vocablo más deseado en Atenas comparta con el más temido -austeridad- sólo cuatro letras: i, r, t, e. Las que, combinadas con ese mismo orden, sirven para que Mario Draghi señale la puerta del programa. Y, para el caso, del euro.

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