Puede que sólo Arsenio Iglesias haya hecho llorar tanto a los coruñeses por la Liga que el Dépor perdió en el último minuto de la última jornada al malograr Djukic un penalti y a la vez ser tan querido como para que la llorera por su fallecimiento alcance la intensidad con la que se despide a un padre. Con su muerte a los 92 años desaparece la encarnación del “sentidiño” que aplicó al fútbol y a la vida.
A principio de los años 80, antes de que Lendoiro le confiase el equipo para devolverlo a Primera División y convertirlo en el Súper Dépor con el que compensó el disgusto liguero levantando la Copa en 1995, Arsenio Iglesias montó una librería en el barrio de la Sagrada Familia con los ahorros sudados en el campo. “Fue una casualidad que al poco tiempo abriesen al lado un colegio”, comentó con retranca una tarde que este chófer de anécdotas le preguntó por la curiosa decisión mientras la gente del fútbol invertía en hostelería o en tiendas de deportes. Por algo era “el Zorro de Arteixo”.
"Con su muerte a los 92 años desaparece la encarnación del “sentidiño” que aplicó al fútbol y a la vida".
Para un chaval que jugó en las categorías inferiores del Dépor la percepción sobre el entrenador Iglesias está contaminada por su preferencia por futbolistas experimentados frente a una apuesta valiente por la cantera. En el trato personal Arsenio era figura. Pudo haber ganado más títulos de habérselo creído, pero fue el ‘Bruxo’ que cocinó la pócima mágica de Lendoiro. Es mucho.
"El deportivismo acude hoy a Riazor “chorado da casa”, como dijo cuando perdió esa Liga el técnico que puso la primera Copa".
Cuando el llanto es unánime entre la afición de los equipos que has militado y el lamento es sincero entre los rivales más encarnizados como el Celta, el resultado de la tarea ha sido redondo como la pelota y el pitido final es el inicio de la leyenda. El deportivismo acude hoy a Riazor “chorado da casa”, como dijo cuando perdió esa Liga el técnico que puso la primera Copa.
