Opinión

El dedito del prejubilado

Si ya resulta latoso cargar con el aburrimiento de un colega recién jubilado, apandar con el tedio de un prejubilado puede acabar con la amistad más robusta. La estampa del anciano consumiéndose mientras avanza la obra que supervisa a diario es un cliché tan pasado como la televisión en blanco y negro y los dos canales. A los 55 años, un prejubilado de banca somete a un machaque constante a su círculo de amistades con una lluvia fina de enlaces sobre chorradas que envía a través de las redes de mensajería instantánea desde primera hora de la mañana. Todos los palos le parecen interesantes o de lectura imprescindible para la evolución de la especie.

El tío es concienzudo. Supervisa que el doble clic se ponga azul, señal de que se ha visto el contenido, y cuando pasa el tiempo que considera pertinente, a los que no hayan pinchado en el enlace les pregunta su opinión para forzar la lectura. Ayer examinó sobre un vídeo con un análisis de la batería de los coches Tesla que grabó un propio al que nadie de los componentes del grupo le prestó atención, el aparcamiento de bicicletas submarino que se han largado en Ámsterdam y se hizo viral la semana pasada y una amena introducción de hora y media sobre astronomía para principiantes. “Se nota que ya no la rascas”, le recriminó el currante de una gestoría hasta atrás con el plazo del IVA y la declaración de la renta. Le sentó como la verdad a la cara. “Oye, que yo también tengo mis ocupaciones y no me quejo”, respondió. “Sí, fastidiar con el dichoso dedito a los que tenemos mucha faena”, añadió otro perjudicado por el solaz prematuro del amigo ocioso.

Después, horas de silencio tenso o de alivio callado. Hasta que volvió a la carga con un serial tan actual como la vuelta al mundo de Magallanes. “Estás muy aburrido, en la aldea los abuelos se dedican al sacho en vez de estar todo el día con la cabeza metida en el móvil”, le recriminaron. No se amilanó: “Yo no tengo aldea ni años para perder el tiempo dando de comer a las palomitas”. Que la prejubilación se convierta en la única salida en determinadas actividades para mantener el porcentaje de beneficios mientras una mariscadora empuña el raño y cotiza hasta el último día suena a perversión. Y lo es.

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