Opinión

Una ventanilla para la corrupción, por favor

Hace un tiempo, un tipo que regentaba un bar le recomendó a su colega del garito de al lado que pusiera una ambulancia en nómina por el mogollón de peleas con heridos que se registraban en su negocio. En las administraciones gallegas también deberían de establecer una ventanilla para que cuando llegase la policía por mandato judicial el personal pudiese seguir realizando sus gestiones.

Imagine que está usted pagando el IBI o apoquinando la panoja del impuesto de circulación y se encuentra con que el funcionario no le puede atender porque un juez ha ordenado levantar las alfombras para descubrir la ponzoña y las corruptelas que consienten los grandes partidos políticos. Un faenón, oiga. Vuelva usted, mañana, como diría Larra, que estoy atendiendo al tipo del Servicio de Vigilancia Aduanera porque los jueces ya no se fían de nadie.

La operación 'Pokemon', la 'Pikachu' y ahora 'Patos' enfangan el panorama político. El portavoz parlamentario del PPdeG, Pedro Puy, dice en tono muy serio que está "muy preocupado" por los últimos acontecimientos. El portavoz parlamentario del PSdeG, José Luis Méndez Romeu, afirma muy circunspecto que esta situación es "muy difícil de explicar". Prudencia y dejar trabajar a la Justicia para que se cumpla con la ley, proclaman todos los que pisan moqueta.

Tiene bemoles el asunto. ¿Acaso estos tipos que llevan toda su vida en política no sabían cómo se mantiene el negocio? ¿Acaso sus jefes del partido tampoco eran conscientes del personal que han colocado en las listas? La explicación es tan simple como el mecanismo de un sonajero y se llama supuesta financiación ilegal de los partidos políticos y enriquecimiento de personas de dudosa ralea, por aquello de respetar la presunción de inocencia. A estas alturas ha quedado más que demostrado que ya no cuentan ni con la presunción de decencia.

Pueden parecer limosnas al lado de los grandes pelotazos que han llevado a este país a la ruina, algún día también se sabrán, pero nos enseñan que somos miserables, que por cuatro perras, o algo más, somos capaces de vender la dignidad. Los pobres, en cambio, tienen que empeñar el anillo de la abuela para seguir tirando, eso sí, con la cabeza alta y los bolsillo vacíos

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