Opinión

Chocolate con pan y sana envidia


En lo que se refiere a la profusa elaboración de chocolate, desde hace más de cien años, Ourense no fue una excepción en el conjunto de Galicia. Llegó a haber más de veinte fábricas en la provincia, de las que únicamente sobrevivieron tres: la más solvente, capaz de resistir la feroz competencia, fue sin duda Chaparro. El chocolate suscitó una auténtica pasión entre los adultos -muy especialmente entre las damas y los curas- y también entre los niños, que disfrutaron de este lujo en sus meriendas. Uno de estos críos ourensanos, Marcos, al cabo de los años, supo el verdadero motivo de la especial alegría de María, cuando los dos eran pequeños, y se había cruzado con ella por la calle y pudo verla comiendo con entusiasmo un bocadillo de pan con chocolate. En aquella época, Marcos se sonrojaba cuando veía a María, con su cara ligeramente ovalada, rasgos dulces y ojos azules. Ya la había visto un par de veces en su barrio de O Couto, con su suéter azul y la falda plisada, ambos de color azulón. A los dos les encantaba el chocolate, y en aquella ocasión él la había visto sosteniendo un bocadillo con una onza que sobresalía de manera ostentosa y tentadora.

Lo que no sabía es que su madre, como le pasaba a tantas otras compañeras de clase -la mayor parte, en realidad- no podía darle más que un pedazo de pan con pan para llevar a la escuela -y ni siquiera siempre-, o todo lo más con un poco de azúcar espolvoreado por dentro. Ella sentía una envidia tremenda de algunas niñas de familias acomodadas cuando, en el recreo, abrían el bocadillo y lo mostraban adornado con tres o cuatro buenas onzas de chocolate con leche de Chaparro. Luego lo cerraban y se ponían a comerlo, conscientes de que la envidia se propagaba a su alrededor.

En aquel entonces, María se moría por el chocolate y sufría con la penuria comparativa y viendo que algunas de sus compañeras la menospreciaban cuando se hizo evidente que no tenía posibles. No quería hacer como su amiga Lucía, que siempre iba detrás de otra niña, de las del bocadillo enjundioso, por descarado interés. Su compañera sabía bien que cuando las onzas se le derretían ya no las quería y se las daba a ella, por eso siempre estaba deseando que hiciera calor para que se le derritieran. Pero María tenía su orgullo y no le gustaba el peloteo. Se sentía así en su fuero interno muy digna, pero la verdad es que llevaba aquello bastante mal. Le parecía que respiraba un aire enrarecido en aquel colegio y ráfagas intermitentes de desdicha surcaban su cabeza reflejándose en ocasionales destellos de tristeza que ensombrecían su mirada. Harta de esta situación, decidió en una ocasión coger un trozo de teja ocre, de aspecto similar al chocolate, e introducirlo en media barra de pan, de manera que la supuesta onza sobresaliera bastante. De este modo fue como la vio Marcos en la calle. Y cuando María llegó a la escuela, en el patio de recreo no cesó de pasearlo por delante de los ojos de sus compañeras y, cuando divisó a una de las niñas ostentosas, se acercó a ella y mostrándole el bocadillo sin abrirlo, le soltó: -¡Mira cuánto chocolate como yo, tanto como tú!

Este relato trata de recrear un panorama social con tintes realistas, inevitablemente triste por la situación de penuria que afectó a amplios sectores populares en las primeras décadas del franquismo. Es cierto que se podrían establecer matices: niños de hogares de clase media-baja, o pertenecientes a familias numerosas, con padres pluriempleados o en paro, disfrutaban en ocasiones de una pastilla de chocolate... La cantidad marcaba las diferencias de clase, pero obviamente también la calidad: las marcas más baratas resultaban más accesibles. Entre ellas se encontraban con frecuencia las que presentaban elevados porcentajes de adulteración. Una muy habitual consistía en sustituir la manteca de cacao por grasas hidrogenadas (palma, coco, etc.) Otra pasaba por reducir la cantidad de cacao y azúcar, agregando harina de trigo, alpiste, etc. La gente modesta también recurría mucho a la cascarilla, que es la cáscara de cacao tostada, y resultaba bastante más asequible que el chocolate. Una informante, nacida en 1918, recordaba que su familia, de condición campesina muy modesta, tomaba la cascarilla con relativa frecuencia por la mañana. En muchos hogares se prefería acompañar con leche. Esto siempre gustó mucho en España: el café con leche gozó siempre del favor de la mayoría.

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