Opinión

Dieta atlántica


La Dieta Atlántica se ha venido practicando desde hace siglos en el arco litoral que se extiende desde Portugal hasta Noruega. Sus recursos biológicos y características bioclimáticas han propiciado similitudes en las costumbres culinarias y alimentarias de sus habitantes, aunque existan desde luego obvias diferencias y matizaciones entre unas regiones y otras en un marco geográfico tan vasto. En cualquier caso, este espacio gastrocultural resulta en cierta medida coincidente con el tradicional Camino de Santiago más reconocido.

La dieta atlántica gallega se basa en unos determinados procedimientos culinarios (singularmente la cocción, frente a la fritura mediterránea) e integra una notable variedad de recursos agroganaderos, piscícolas y silvícolas de que disponen el solar y la costa de Galicia. Esta cultura culinaria ha hecho posible no solo la existencia de un volumen de población muy elevado, sino también su mantenimiento a lo largo de la historia en condiciones razonablemente satisfactorias. Merced a los beneficios de esta modalidad gastronómica, los miembros de este grupo humano alcanzaron una envergadura física, un nivel de estatura y una tasa de esperanza de vida muy aceptables y, en cualquiera caso, equiparables al promedio imperante en el conjunto de España. Todavía hoy en día existe tanto en Ourense, como en el conjunto de Galicia, una proporción tan elevada de octogenarios que cuesta trabajo encontrarla en cualquier otra parte. 

Ahora bien, este viejo complejo agrario tuvo que pugnar históricamente por establecer un difícil equilibrio del binomio que contrapone la población creciente y los recursos limitados, que solo logró gestionar estableciendo unas pautas de austeridad alimentaria, que no pocas veces frisaba en la escasez, y con el recurso a la emigración de un notable contingente de individuos que han tenido que obtener ingresos complementarios en Castilla, Portugal, América y, a la postre -ya en la segunda mitad del siglo XX- en los países más desarrollados de Europa.

La satisfacción que los gallegos encuentran en su gastronomía es un componente esencial del éxito que históricamente ha tenido la dieta atlántica. Este estilo gastrocultural se encuentra en las antípodas del fast food, de la tendencia moderna a saciar el apetito comiendo de cualquier modo, casi cualquier cosa, y todo ello con prisa. El modo galaico y atlántico es muy otro: bien es verdad que importa y mucho nutrirse y hacerlo correctamente, pero se valora también sobremanera el placer de comer, y no solo como mera actividad nutricional sino como un auténtico rito social, que se verifica con calma (amodiño) haciendo de la mesa una forma de sociabilidad de primer orden.

    Al cabo, una amplia serie de alimentos elaborados en Galicia, como algunas marcas de conservas de pescado, indican en la descripción del producto serigrafiada en la lata, la leyenda: “Dieta Mediterránea”. Infortunadamente, tampoco parece que entre los chefs gallegos más cualificados haya calado hasta ahora como sería deseable este concepto culinario atlántico. Ante este panorama, no está de más destacar la importancia de la toma de conciencia en relación con el interés que reviste la Dieta Atlántica como fórmula extremadamente útil para prestigiar el estilo genuino que tenemos los gallegos de alimentarnos, afianzarnos en el cultivo y la preservación de nuestra benéfica ingesta y mejorar nuestra salud colectiva.

De añadidura, con ese marchamo de confluencia, a manera de paraguas protector unificado (DA), a título de marca común provista de un fuerte atractivo simbólico potencial, se le otorga a las fórmulas culinarias y los alimentos gallegos de calidad que exportamos, una cierta aura, un plus de prestigio que los distingue y ampara ante la competencia en el mercado global de artículos conspicuos. En mi opinión, el sugestivo marbete Dieta Atlántica posee una virtualidad capaz de implementar la puesta en valor de los vinos y los productos gastronómicos del país, y de erigirse en referente significativo, en el marco global de las grandes dietas saludables, que nos singulariza en un mercado planetario en el que predomina la uniformización trivial y la gastronomía estandarizada. Su difusión tendrá también el efecto de fomentar el turismo gastronómico, el segundo motivo que invocan los visitantes que acuden a Galicia. ¡A ver si nos animamos!

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