Lluvia de chorizos

Ya estamos tan empapados de esta torrencial lluvia de noticias inquietantes que llegamos a sentirnos agitados por la planificación canallesca de una impunidad desbordada en ese río de inmundicias en el que han convertido la política en esta España de jota y pandereta.
Y no se salva nadie de caer en las garras del oportunismo, de vender su alma al mejor postor, de ponerle un cero tras otro (del lado derecho) a sus ya abultadas cuentas bancarias, y lo llaman malversación, fraude, peculado, blanqueo de capitales y otros eufemismos similares para no colocar la palabra exacta en el informe judicial: Robo. Su frase preferida parece ser: No me den; pónganme donde haiga.

Cuando son tocados por la varita mágica del juez de turno, se menean burlones frente al micrófono desnudo del preocupado tribunal, lanzan proclamas, exhiben banderas de honestidad que nadie conoce, y amenazan con tirar de la manta si caen en desgracia, porque buena parte del sector político de este país está unido por el cordón umbilical de la corrupción y, unos más otros menos, están metidos en negocios turbios que les permitieron, en algún momento, adquirir el chalet de esa playa cubierta con arena color de oro, hacerse con varios autos de altísima gama, relojes y joyas que el más común de los mortales tendría que vivir quinientos años para poder ahorrar y comprarse algunos, además de terrenos, viajes interminables al paraíso, yates, acciones, equipos de fútbol, y hasta hay uno que se compró un castillo -dizque- porque estaba barato.

Los que sufrimos a diario el desplome del poder adquisitivo, vemos como los días siguen su curso entre la algarabía gubernamental, el y tú más de la diatriba parlamentaria, las discusiones estériles para justificar sus onerosos estipendios, ministerios deformes, municipios desvalijados, comunidades que quieren salirse del mapa, ríos de miseria, mendigos multiplicados, pobreza de cartones cubriendo los gélidos amaneceres del abandono. Y nosotros, como aves desplumadas de un país relegado a la indolencia de abusadores y sanguijuelas, vemos como nos aumentan los productos de primera necesidad, el gas, la electricidad, los inalcanzables libros de nuestros hijos, el transporte, ropa y calzado, ópticas y dentistas, y hasta nos van a querer cobrar por sentarnos en el banco de alguna plaza, en esa ciudad que a diario nos aprisiona, nos cierra los ojos y nos emplaza a largarnos para disfrutar aires de esperanza más allá de nuestras fronteras, donde se juega con reglas claras, sin cartas marcadas ni ases en la manga.

Estamos detrás de Siria como el país en el que más ha aumentado la percepción de corrupción en el último año; ellos tienen un Bachard que quieren sacar de circulación a fuerza de bombardeos y nosotros (en este país que es nuestro, no de los políticos) tenemos un bache que debemos reparar con protestas, manifestaciones y exigencias, si queremos que la circulación de la decencia tenga vía libre entre tantas señales de desvergüenza, de cinismo, de subdesarrollo, y como ya sobrepasamos con creces a todas las repúblicas bananeras, en pocos años nos hemos convertido en una caótica nación choricera por los cuatro costados. Ante toda esta situación de tormentas interminables, lo único barato que puede protegernos del aguacero parecen ser los débiles paraguas que nos venden los chinos.

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