MEDIOCRIDAD E IGNORANCIA EN LA POLÍTICA

El desprestigio galopante de la clase política está poniendo en serio peligro la credibilidad de las instituciones democráticas.
Decía el escritor norteamericano Joseph Heller que en esta vida algunos hombres nacen mediocres, otros logran mediocridad y a otros la mediocridad les cae encima. A falta de ideas y de liderazgo, los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance. Digo esto porque la mediocridad y la ignoracia se han instaurado en la política. Cabe recordar, siguiendo a François de la Rochefoucauld, que hay tres clases de ignorancia: no saber lo que debiera saberse, saber mal lo que se sabe y saber lo que no debiera saberse. Una sociedad que desconfía y descalifica a los representantes que elije no puede creer en sí misma y está condenada al ostracismo.

La quiebra de la división de poderes de Montesquieu nos está convirtiendo en el Leviathan de Thomas Hobbes. El Estado no aparece ni tan siquiera en los asuntos de utilidad pública, que, según Hume, es precisamente cuando debería hacerlo. No hemos cambiado de lo manifestado por Rousseau en el siglo XVIII: 'Somos una sociedad competitiva burguesa, dominada por lo económico, llena de desigualdades, en la que se han perdido los valores y en su lugar se instaura el engaño, la competición y la explotación'.

La mediocridad e ignorancia a la que aludía hace que el propio legislador se critique a sí mismo, que desapruebe las leyes que previamente aprueba, cuando en un estado de derecho debe prevalecer el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular. Critique el sistema electoral sin modificarlo pudiendo hacerlo. Desprestigie el sistema judicial, cuya lentitud es como la medicina que llega tarde al enfermo ya muerto, menoscabando las resoluciones judiciales cuando no son favorables.

Es patente una carencia absoluta de lealtad institucional y de políticas comunes en temas de Estado. Tenemos unos políticos cuyo mérito consiste en figurar en unas listas cerradas confeccionadas por los partidos cuyas siglas les servirán de soporte .para ser elegidos. En ellas puede ir tanto el mediocre e ignorante como el competente formado e intelectual; el honesto como el corrupto, el servidor público como el servidor de sus intereses particulares. Siempre se decantarán por la obediencia sátrapa de partido por encima de sus propias conciencias y de las que les votaron, mientras los ciudadanos carezcan de instrumentos para revocar la confianza otorgada y mientras siga habiendo necios que cuando el genio señale la luna se queden mirando el dedo.

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