Cesc alivia la tensión de la marea roja

El jugador de la selección española Cesc Fábregas durante el partido de la Eurocopa 2012. Foto: EFE/BARTLOMIEJ ZBOROWSKI
El barcelonista Cesc Fábregas, la gran novedad en el once de España para el partido inaugural de la Eurocopa 2012 ante Italia, salvó a 'La Roja' de la derrota y de un ataque de nervios a los aficionados que se congregaron para seguir el partido en las pantallas gigantes instaladas en los aledaños del estadio Santiago Bernabeu.
Una riada de seguidores sufrió y vibró con los hombres de Vicente del Bosque a casi 3.000 kilómetros de distancia del estadio Gdansk Arena. Iker Casillas, David Villa, Andrés Iniesta y, cuando peor pintaban las cosas para España después de que el napolitano Antonio Di Natale adelantará al conjunto 'azzurro' (0-1; m.60), Cesc Fábregas, fueron el antídoto para los nervios contenidos de los seguidores españoles.

Los aficionados volvieron a reunirse bajo una única camiseta y con un mismo objetivo a las puertas de un Bernabeu desierto en las gradas pero efervescente en la zona ocupada por el Hyundai Fan Park, donde la organización tuvo que ampliar el espacio acotado por las vallas para dar cabida a las 28.000 gargantas que siguieron el choque bajo el ardiente sol de Madrid.

Chamartín, el barrio cuyo nombre sirve de apodo al campo madridista, absorbió la marabunta de gente que, más de una hora antes del inicio del choque, ya se dirigía a la cita con el cuadro español ataviada para la ocasión.

Caras pintadas, banderas, gorras, bufandas, numerosas 'vuvucelas', aplaudidores hinchables, camisetas rojas -muchas de ellas con la estrella que acredita a la campeona del mundo- y celestes -de estreno en esta Eurocopa- consagradas a los preferidos de cada aficionado con nombres de relumbrón en la espalda, inundaron el aparcamiento del Bernabeu, en pleno Paseo de La Castellana.

La conexión entre 'La Roja' y los futboleros funciona casi como un organismo vivo. Si la selección sufre, ellos también. Si la selección se adorna, ellos lo celebran. Si España marca, se desata la locura.

Y eso es lo que hizo Cesc cuando más sombrío aparecía el panorama, desahogar la angustia acumulada. Iker Casillas, largamente aplaudido cada vez que neutralizó alguna de las envenenadas oleadas de los italianos, ya había evitado el colapso a más de uno con un puñado de intervenciones prodigiosas. El mito de la Italia numantina pesaba sobre el ambiente como un espectro 'Dementor' de Harry Potter.

La sombra de un mal destino crecía a medida que pasaban los minutos. Sólo las ocasiones iniciales de David Silva, las evoluciones de Iniesta entre las camisetas italianas hacia el área y las jugadas de toque que cernían el peligro sobre la meta defendida por Gianluigi Buffon, habían conseguido soltar la tensión acumulada en la ardiente tarde madrileña.

La marea reunida en La Castellana apenas jaleaba a España. Se notaba el agarrotamiento provocado por la solidez de Italia. En los saques de esquina y las faltas con peligro crecía el murmullo, pero el gol de España no llegaba y los italianos soltaban zarpazos que dejaban a la multitud en silencio.

El intermedio paró el juego. No así la nerviosa expectación que afloraba en los rostros de muchos. Hasta que no arrancó la segunda parte y España mostró otro perfil no empezó a notarse la animación.

Una gran ocasión de Iniesta a tiro cruzado revolvió el ambiente. España buscaba el gol con más ahínco y la alegría subía junto con los intentos frente a la portería de Buffon. Y entonces llegó el tanto de Di Natale para apagar de golpe la ilusión.

Un grupo de italianos que no se había dejado notar en toda la tarde celebró el tanto como un resorte. Alguna botella de agua -de plástico- vacía, alguna bola de papel y algún chorro de agua cayeron sobre los transalpinos. Por fortuna, la cosa no pasó de ahí.

Y, también por fortuna para España, los italianos no volvieron a ver puerta. La ventaja sólo les duró tres minutos. Los que Iniesta, Silva y Cesc tardaron en trenzar la jugada que desembocó en el empate. La Castellana estalló en un grito contenido con el gol de Fábregas.

La igualada avivó los ánimos de los seguidores españoles, que despidieron a Cesc y recibieron a su sustituto, el jugador del Chelsea inglés Fernando Torres, con una cerrada ovación. Torres puso la miel en los labios de todos en unos cuantos contragolpes y, sobre todo, en un uno contra uno frente a Buffon y en una vaselina por encima del meta italiano. La gente se echaba las manos a la cabeza y lamentaba las ocasiones perdidas, pero el 1-1 ya no se movió.

El pitido final acabó con la angustia y el empate dejó un sabor agridulce entre la marea roja. En la próxima cita, volverá a dar aliento a los chicos de Del Bosque.

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