SUEÑOS DE OLIMPIA

Los Klitschko, de Chernobyl a las trincheras

Los hermanos Klitschko posan con sus cinturones de campeones mundiales de boxeo.
photo_camera Los hermanos Klitschko posan con sus cinturones de campeones mundiales de boxeo.

Entre la resistencia a la invasión rusa de Ucrania destacan dos hermanos, antiguos campeones mundiales de boxeo. Vitali y Vladimir Klitschko. El primero además, es el actual alcalde de Kiev.

Mientras otros políticos e instigadores del enfrentamiento han escapado, los Klitschko muestran una intachable lealtad a su país de adopción, dado que Vitaly nació en Kirguistán y Vladimir en Kazakistán.

Ambos se enamoraron de esta tierra en 1986, cuando aterrizaron en una base militar cercana a Chernobyl, último destino de su padre, oficial de la fuerza área soviética. Junto a sus padres y abuela, los hermanos Klitschko crecieron en una habitación con derecho a cocina.

Ese año estalló la central nuclear. Y Vladimir Klitschko padre fue uno de los pilotos de los helicópteros encargados de descargar sobre el reactor miles de toneladas de arena, plomo, arcilla y boro, con el objetivo de apagarlo.

Día y noche, expuestos a la nube radiactiva, los llamados 'liquidadores' lograron el objetivo. A costa de sus vidas. El patriarca contrajo un cáncer linfático y falleció en 2011. Lo hizo feliz. Viendo a sus dos hijos campeones mundiales de boxeo. Vitali ganó 45 de sus 47 combates como profesional. Vladimir 64 de 69, con un oro olímpico en Atlanta 96 y varias victorias humillantes contra los púgiles rusos Povetkin e Ibraguimov, los favoritos del Vladimir Putin.

Ese sentido del deber, de asumir una misión suicida por el bien común, caló profundamente en sus hijos. Vitaly, alcalde de Kiev, dirige el ayuntamiento por el día y combate en la trinchera por la noche.

Luchan contra un enemigo muy superior, abandonados por occidente. Lo pasó mejor en el ring. Al menos allí había normas.

Acuéstese con Putin, yérgase con una guerra

Vladimir Putin y Thomas Bach brindan felices durante los Juegos de invierno de Sochi.
Vladimir Putin y Thomas Bach brindan felices durante los Juegos de invierno de Sochi.

Arrasó por dos veces Chechenia y nadie movió un dedo. Invadió Georgia ante la indiferencia general. Bombardeó Siria sin respuesta. Confiscó la Crimea y entró en el Donbás como perico por su (así la considera) casa.

Es ahora, 20 años y miles de muertos después, cuando Vladimir Putin, zar de todas las Rusias -la actual y las que están por recuperar- suscita el rechazo internacional. No está mal, aunque bien podrían sentirse menospreciados los ciudadanos de los países antes mencionados.

En el mundo del deporte contrastan dos actitudes de respuesta. La de los atletas y la de sus organismos.

Los deportistas enarbolan, salvo contadas excepciones, la bandera de la paz y la unidad. La de un sentimiento de hermandad por encima de cualquier barrera. Algunos atletas rusos incluso se exponen al desprecio y la represalia por contradecir en público al infalible camarada Putin.

Bravo por ellos y por el mágico poder del deporte. Que la guerra se limite a un campo de juego. Anhelo imposible ante nuestra naturaleza destructiva.

El bochorno sucede con muchos organismos internacionales. Putin ha comprado Juegos Olímpicos, Mundiales de fútbol, sedes de Fórmula 1, multitud de torneos diferentes, es cinturón negro y protector del judo ruso, su petróleo riega muchos sueldos de la FIFA , UEFA y COI, clubes...

Demasiados petrodólares. Los dirigentes intentan mostrar una pose pacifista sin enfadar al zar.

El presidente del COI, Thomas Bach, llegó al ridículo, quejándose porque "ni siquiera respetó la tregua olímpica", que termina el 13 de marzo. O sea, que después de esa fecha sí se puede atacar Ucrania.

Señor Bach, quien se acuesta con dictadores se levanta con invasiones.

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